Islam y sexodivergencia. De la aceptación al estigma.

Original por Shoaib Daniyal en Scroll, Orlando shooting: It’s different now, but Muslims have a long history of accepting homosexuality.

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Días después de que Omar Mateen cometiera la masacre en una discoteca de ambiente en Estados Unidos con un saldo de 49 víctimas, parece que afloran algunas de sus posibles motivaciones.

Mateen se vanagloriaba de sus vínculos con el Estado Islámico, Al Qaeda y Hezbolá. Sabemos que estos tres grupos están llevando a cabo actividades insurgentes en Oriente Próximo, algunos en otros países, y que también se encuentran mutuamente en guerra por sus antagónicas visiones teológicas. Las investigaciones en los Estados Unidos apuntan que Mateen no parecía entender las diferencias entre estos grupos, un punto que parece contradecirse con la categoría de terrorismo islámico que se había adjudicado al ataque al poco de producirse y casi de inmediato.

Mateen fue abatido por la policía tras abrir fuego en la discoteca Pulse, en Orlando, una masacre que se coloca en primer lugar entre las tragedias de ese tipo en la historia del país.

El asesino, de 29 años, ha sido reconocido como cliente habitual del Pulse e incluso como usuario de una aplicación de contactos homosexuales. Han aparecido informaciones que apuntan que pidió a otros hombres establecer relaciones, junto con las acusaciones de homosexualidad por parte de su esposa, que también incluyó que su padre, inmigrante afgano, se había mofado de su orientación sexual. Unas de las primeras palabras padre de Mateen tras la masacre fue, precisamente, que los homosexuales pueden sufrir el castigo de Dios.

El estigma de la sexodivergencia.

¿Pudo el ataque verse motivado por la orientación sexual de Mateen y la humillación que hoy día acarrea ser homosexual en el mundo musulmán, y no por el terrorismo islamista? “Una sexualidad transgresiva y una interpretación conservadora de la religión pueden ser un cóctel peligroso”, escribe David Shariatmadari en The Guardian. “Si Mateen sufría conflicto por su interés en otros hombres, ¿podría haber sido por la condena que, según él, le impondría su religión?

A la espera de mayor claridad al respecto de las motivaciones de Mateen, es un hecho que las sociedades musulmanas actuales condenan y castigan la divergencia sexual. En la mayoría de países de mayoría musulmana, nadie que profese esa religión puede salir del armario sin arriesgarse a caer bajo el peso del estigma o a sufrir violencia física.

Por otro lado, es importante que dejemos constancia de lo reciente de este brote homófobo. Durante gran parte de su historia, las sociedades musulmanas han sido sobradamente tolerantes en términos divergencia sexual.

Edad de oro.

En el apogeo de la edad de oro del Islam, entre mediados del siglo VIII y el ecuador del siglo XIII, en una etapa histórica en la que se considera que la civilización islámica alcanzó su cénit intelectual y cultural, la divergencia sexual era un elemento del cual se hablaba y escribía públicamente. Abu Nuwas (765-814), uno de los grandísimos poetas clásicos árabes durante el Califato Abasida, escribió públicamente sobre sus deseos y relaciones homosexuales. Su poesía homoerótica estuvo en circulación hasta el mismo siglo XX.

Nuwas fue una figura histórica de importancia, incluso tiene un par de apariciones en El Libro de las Mil y Una Noches, y no fue hasta el año 2001 cuando los árabes empezaron a sonrojarse ante el homoerotismo de Nuwas. En 2001, el ministro egipcio de cultura, presionado por fundamentalistas islámicos, quemó 6000 volúmenes de su poesía.

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Por este tipo de eventos la mayoría de fieles tiene hoy día poco conocimiento de la edad dorada del Islam, por mucho que algunos deseen regresar a ella.

“El ISIS no sabe nada de lo que significaría restaurar el Califato”, twiteó el periodista  belgoegipcio Khaled  Diab. “Habría que llenar Bagdad de licor, de odas al vino, de ciencia… y colocar un poeta gay en la corte.”

Bagdad fue, hasta su destrucción por parte de los mongoles, la capital cultural de gran parte del mundo, la Nueva York de su tiempo. Si Nuwas y su poesía homoerótica representaron el cénit de la cultura bagdadí,  es bastante común que otras sociedades, también musulmanas, se mostraran aperturistas de cara a la sexodivergencia. El historiador Saleem Kidwai incluye en su fabuloso libro Sexodivergencia en India, “El medievo musulmán se encuentra repleto de historias de hombres inclinados hacia el homoerotismo, y generalmente sin ninguna calificación peyorativa”.

Escribir de sexodivergencia.

Es más, no es que las sociedades musulmanas calificaran peyorativamente la sexodivergencia, sino que incluso en ocasiones la alababan abiertamente. Mahmud de Gazni, un destacado sultán de su tiempo (971-1030), fue considerado una figura ejemplar, entre otras cosas, por estar enamorado de otro hombre, Malik Ayaz.

Babur, emperador del Imperio Mogol de India, escribió sobre la atracción que sentía por un joven del bazar en su autobiografía del siglo XVI. Se consideró una obra maestra en el mundo musulmán tardomedieval y renacentista.

En el siglo XVIII, Dargah Quli Khanm, un noble del Decán, en el centro-sur del subcontinente indio de camino a Delhi, escribió un brillante recopilatorio de la ciudad en lo que llamó Muraqqa-e-Delhi (El Álbum de Delhi), en el que describió lo común de la homosexualidad en la sociedad indoislámica. En los bazares había prostitutos que ofrecían libremente sus servicios y Khan recogió su admiración por cómo “bellos jóvenes bailaban por todas partes causando gran excitación”.

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Hasta el siglo XIX, el mundo musulmán trataba la sexodivergencia como cualquier otra parcela de su vida diaria, tanto que se exponían historias de amor homosexual en centros de estudio, algo inconcebible incluso en muchos lugares del mundo occidental actual.

En palabras de Kidwai: “el clásico de Sadi, Gulistán, que contiene historias de atracción sexual entre hombres, era de lectura obligatoria en los centros educativos persas. El poema en lenguas turca, persa, urdu y árabe del poeta Ghanimat Nau rang-i ishq, del siglo XVII, que cuenta la historia de amor entre el hijo del mecenas del poeta y su amado Shahid, formaba parte de las bibliografías obligatorias de los colegios de la región.”

Ley islámica

Es cierto que teológicamente el Islam considera la homosexualidad como un pecado, basándose en la historia coránica de las gentes de Lut (Lot en la biblia). Sin embargo e independientemente de ello, la Shariat, el término paraguas para varios códigos y escuelas de derecho sobre los que se sustentan las sociedades musulmanas, no castiga la sexodivergencia per se: las relaciones sexuales entre hombres se encontraban prohibidas bajo el amplio concepto de adulterio. Incluso así, las penas por homosexualidad solo se dictaban si podían dar fe del acto sexual cuatro testigos. Este requisito tan desproporcionado ha  llevado a estudiosos del islam como Hamza Yusuf a caracterizar la prohibición de la homosexualidad en la Shariat como una especie de “ficción legal”. Es más, a diferencia de la Europa medieval cristiana, el castigo a personas sexodivergentes era excepcional en las sociedades musulmanas de por aquel entonces.

Entonces, ¿qué es lo que llevó a que las sociedades musulmanas pasaran de leer de buena gana poesía homoerótica a prohibir y estigmatizar esta divergencia? Es difícil deducir una razón exacta, pero fijaos en esta coincidencia: hay cinco países musulmanes en los que ser sexodivergente no es delito. Lo que comparten la totalidad de esos cinco, Malí, Jordania, Indonesia, Turquía y Albania, es que nunca fueron colonizados por el Imperio Británico.

Influencia colonial

En 1858, el Imperio Otomano despenalizó la homosexualidad (algo que heredó la actual Turquía), dos años antes de que el Raj británico de la India estableciera el Código Penal Indio, cuyo artículo 377 declaró proscrita la divergencia sexual en lo que hoy día es India, Pakistán y Bangladés.

El código penal de 1860 tuvo tanta influencia que grupos conservadores del país aún  continúan catalogando de inmoral la homosexualidad, y tras 70 años de independencia, el parlamento no ha sido capaz de derogar el texto.

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Subramanian Swamy, diputado del partido Bharatiya Janata, de derechas, llegó a decir que: “la posición del partido al respecto de la homosexualidad es que se trata de un trastorno genético.” Algo especialmente peculiar debido a que el hinduismo, a diferencia del Islam o el Cristianismo, no condena expresamente la divergencia sexual.

Parece que, sin saberlo, el ala más conservadora del mundo musulmán (y del hindú) está copiando los usos y costumbres del colonialismo victoriano del XIX ignorando su propia historia. Por otro lado, y contrariamente a su costumbre, las culturas del occidente europeo están optando hoy día por garantizar progresivamente los derechos de sus gentes independientemente del género por el que se sientan atraídas.

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Gandhi: el racista misógino tras el mito

Original por Mayukh Sen en Broadly, Gandhi Was a Racist Who Forced Young Girls To Sleep  In Bed With Him.

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Gandhi en 1942 (Wikimedia Commons)

En agosto de 2012, poco antes de la celebración del 65 aniversario de la independencia de India, el India Outlook, una de las revistas con más tirada en el país, publicó los resultados de una encuesta realizada entre sus lectores. La pregunta era “¿quién tras “el Mahatma” era la persona de nacionalidad india más importante de toda su historia?” “El Mahatma” detrás de esa aduladora pregunta era, sin duda, Mohandas Karamchand Gandhi.

No nos sorprende en absoluto que Outlook  tratara de realidad esta conjetura: Gandhi se ha convertido en el barómetro absoluto que mide la grandeza india, y a veces la grandeza global. Después de todo, ¿a quién no le gusta Gandhi? Nos le han presentado siempre como un anciano frágil y malnutrido de moral pura y alma piadosa. Un hombre que trajo consigo a India toda una cosmología de resistencia no violenta, un país al que ayudó a liberarse de las cadenas del imperialismo británico. Combatió mediante valientes huelgas de hambre hasta que un nacionalista hindú le disparó, asesinándole y convirtiéndole en mártir.

Mi abuelo materno ingresó en prisión con Gandhi en 1933 así que crecí sabiendo que este mito se formó mezclándose con medias verdades. Mi abuelo se llevó sus memorias de la cárcel a un ashram (monasterio hindú) que él mismo creó en el corazón de la Bengala occidental. Fue así como mis progenitores me inculcaron un conocimiento íntimo de Gandhi que basculaba entre el elogio y la crítica. Mi familia le adoraba, aunque nunca nos creímos el mito de que él solo articulara el movimiento independentista indio. Luego también estaba el asuntillo de su fanatismo, que en casa era tabú. Décadas después de su asesinato, la imagen de Gandhi se creó a expensas de la realidad: se eliminaron todos los detalles controvertidos para que olvidáramos su discurso antinegro, su vehemente alergia a la sexualidad femenina y un rechazo global a la liberación de la casta Dalit, el grupo social conocido como “intocables”.

Gandhi vivió en Sudáfrica durante dos décadas, de 1893 a 1914, ejerciendo como abogado y luchando en pos de los derechos de la población india, pero eso, SOLO de la india. Para él, como expresó sin tapujos, la población negra sudafricana apenas podía considerarse humana. Se refería a ella con el término despectivo local de kaffir. Se lamentaba de que la población india fuera considerada “tan solo un poco mejor que las poblaciones nativas de salvajes de África”. En 1903 declaró que “la raza blanca sudafricana debía prevalecer en el país”. Tras ingresar en prisión en 1908 se burló del hecho de que la población reclusa de origen indio se encontrara encerrada junto a la de etnia negra, no junto a la blanca. El activismo en Sudáfrica ha tratado de visibilizar estas partes de pensamiento de Gandhi, como hicieron el pasado septiembre dos académicos del mismo país, con poco éxito,  la conciencia cultural global necesita una sacudida más fuerte que la que pueden facilitar algunos círculos de Tumblr.

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Gandhi en Sudáfrica (Wikimedia Commons)

En esta misma época se produce también el despertar misógino de Gandhi, el cual le acompañará durante toda su vida. Durante sus años en Sudáfrica, una de las medidas en represalia por la agresión sexual de un joven a dos de sus seguidoras fue cortar el pelo corto a estas últimas para así evitar nuevas “invitaciones” de corte sexual. Michael Connellan, en un artículo en The Guardian explica de manera muy cuidadosa cómo Gandhi opinaba que las mujeres abandonaban su humanidad en el momento en que sufrían violación a manos de un hombre. Creía firmemente que los hombres no eran capaces de frenar su impulso depredador básico y que las mujeres eran las responsables de estos impulsos, quedando a su merced. Su visión de la sexualidad femenina era igualmente deplorable. Según Rita Banerji en su libro Sex and Power, Gandhi consideraba la menstruación como la “manifestación de la deformación del alma de la mujer por su propia sexualidad”. También consideraba el uso de anticonceptivos como una llamada a la prostitución.

Se enfrentó a esta aparente incapacidad del hombre para controlar su libido cuando, en su retorno a India, juró castidad (sin debatirlo con su mujer) y comenzó a hacer uso de mujeres, muchas de ellas menores, como su sobrina nieta, para probar su templanza sexual. Dormía desnudo junto a ellas en la cama sin tocarlas para asegurarse de que no sentía excitación. Estas mujeres se convirtieron en peleles para él durante su conversión al celibato.

«La imagen de Gandhi se creó a expensas de la realidad: se eliminaron todos los detalles controvertidos para que olvidáramos su discurso antinegro, su vehemente alergia a la sexualidad femenina y un rechazo global a la liberación de la casta Dalit, el grupo social conocido como “intocables”.»

Kasturba, la esposa de Gandhi, fue su saco de boxeo más recurrente. “Es que no puedo soportar mirarla a la cara”, masculló en una ocasión refiriéndose a ella, por estar haciéndose cargo de él durante una enfermedad. “La expresión de su cara es como la de una vaca sumisa y te provoca la misma sensación que el animal,  como si, de alguna estúpida manera, estuviera intentando decirte algo.” La disculpa para esto, se suele argüir, es que las vacas para el hinduismo son sagradas, y que la comparación entre su esposa y una vaca fue un velado cumplido. O también se puede atribuir a un simple rencor matrimonial. Cuando Kasturba enfermó de neumonía, Gandhi le negó la penicilina pese a que su entorno médico insistía en que eso la curaría. No cedió en la creencia de que ese nuevo medicamento era un extraño brebaje extranjero que su cuerpo jamás toleraría. Terminó sucumbiendo a la enfermedad y murió en 1944. Años más tarde, quizás percatándose del grave error que cometió, consintió en aplicarse quinina para tratar su malaria. Sobrevivió.

Existe un empuje de corte occidental que ve a Gandhi como el sereno destructor de la sociedad de castas, algo categóricamente falso. Consideraba la emancipación de la casta Dalit como un objetivo inviable, y que no merecía la pena considerarles un electorado diferenciado. Su plan para la casta era que permaneciera complaciente esperando a una oportunidad que la historia nunca les daría. La casta Dalit continúa sufriendo por las consecuencias directas de este prejuicio sembrado en el poso cultural indio.

La historia, en palabras del ensayo de Arundhati Roy, “The doctor and the Saint”, ha sido especialmente benévola con Gandhi. Ha permitido que apartáramos sus prejuicios como meros defectillos, como manchas sin importancia sobre unas manos limpias. Sus apologetas insisten en que era humano y cometía errores. Es posible que muten esos prejuicios en algo positivo, demostrando que era una persona como cualquier otra, o quizá opten por otra vertiente discursiva: aquella que defiende que remarcar los prejuicios de Gandhi demuestra cómo al mundo occidental nos fascinan los problemas de la India, especialmente cuando nuestros escritores se obsesionan por crear de la nada lacras sociales para el subcontinente.

Este es el tipo de gimnasia mental que llevamos a cabo cuando se nos hace la boca agua creando dioses del Olimpo. Los rasgos infames de Gandhi aún perduran mayoritariamente en  la sociedad india (el odio a la negritud, la desconsideración hacia los cuerpos de las mujeres y la vista gorda del deplorable trato recibido por la casta Dalit). No es casualidad que los pilares del discurso de Gandhi sostengan hoy día a toda una sociedad.

Entonces, ¿cómo colmas las ridículas expectativas que te exige ser el o la mejor habitante de India? Alzar a una persona como la mejor de un país que sirve de hogar a miles de millones de personas es una carga brutal que nadie merece. Asimismo, la creación de un falso ídolo nos obliga a acometer un gran ejercicio de amnesia, pues lo sencillo es que se te caiga la baba ante un hombre que jamás existió realmente.

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