Queremos feminismo, no igualdad.

Original por Charlotte Rachael Proudman en Left Foot Forward, Why I Want Feminism and Not Equality (and Why They Are Not The Same Thing).

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Feminismo e igualdad son cosas distintas. Y las feministas, al contrario que las igualitaristas, no queremos que los hombres compartan nuestra opresión.

¿Cuántas feministas creen que están luchan en favor de la igualdad? ¿Cuántos hombres prefieren definirse como igualitaristas antes que feministas? Que el feminismo se define por igualdad es algo reconocido universalmente; sin embargo, el término igualdad nunca ha recibido un análisis adecuado.

Soy feminista y no lucho por la igualdad, lucho por la liberación. Aquellas personas que se consideran adalides de la igualdad, se escudan en unos principios feministas bastante tibios como la igualdad salarial, la igualdad de oportunidades sin desigualdad de trato o discriminación positiva, el individuo como único responsable del fracaso y, sobre todo, la adaptación de las mujeres a la actual jerarquía laboral, donde el puesto de trabajo es lo primero. La igualdad toma el statu quo masculino como patrón que las mujeres deben alcanzar.

Para alcanzar la igualdad, las mujeres tienen que dejar claro que son lo suficientemente fuertes como para adaptarse a los estándares masculinos de un mundo de hombres. A las igualitaristas se les hace la boca agua cuando ven a mujeres introducirse en cuerpos institucionalmente discriminadores como la policía o el ejército, con el que tendrán la oportunidad de invadir otros países y cometer crímenes de guerra; o cuando se entrenan en los deportes más duros y exclusivamente masculinos, tanto da lo crueles y peligrosos que sean, como las carreras de caballos o el toreo, donde además tu vida corre peligro.

Una vez que las mujeres hayan entrado en estas categorías tradicionalmente masculinas, a nadie se le ocurrirá preguntar por qué a cualquiera, independientemente de su género, se le pasa por la cabeza colaborar con estas instituciones tan represivas. El quid de la cuestión es que los hombres viven y trabajan en una sociedad despiadada que se sostiene a través de un orden social basado en la humillación ritual, los clubes de caballeros, las peleas, los ritos de paso, el sexismo y la charla insustancial.

Cuando una mujer entra en territorio masculino, ya sea en derecho, política o en una obra, se encuentra un mundo totalmente repulsivo en el cual solo puede sobrevivir afrontando un cambio personal profundo dejándola sin margen de maniobra. Una muestra de esto es cómo se caracteriza a las mujeres profesionales de duras y agresivas en comparación con sus colegas masculinos. Las mujeres asertivas son siempre zorras agresivas.

Es imposible modificar estos ámbitos masculinos, son resistentes a influencia externa porque las mujeres somos una minoría a la que se puede dejar fuera en cualquier momento y los propios hombres han invertido mucho en el sostenimiento de este statu quo.

La Ley de Igualdad de 2010 del Reino Unido, que reemplazaba a la Ley de Discriminación Sexual de 1975 se redactó para dar la falsa impresión de que la sumisión legal de las mujeres había sido superada sobre el papel. Reunió mucho apoyo político porque los propios políticos sabían que no iba a provocar grandes cambios. Existe legislación para la igualdad por toda Europa, sin que la haya en ninguna parte.

La actitud del mundo legal hacia la igualdad queda de manifiesto cuando vemos la cantidad de mujeres fiscales generales del Estado que ha habido en la historia: una por 202 hombres. La Ley es de difícil aplicación debido a las exorbitantes costas legales y a la longitud de los procesos. Del 89% del cuerpo de enfermeras que denunciaron haber sufrido acoso sexual, solamente el 1% iniciaron acciones legales. Son conscientes que ganen o pierdan, se les pondrá el cartel de pendencieras  y se les irá al garete toda esperanza de ascender.

La Ley es un empuje a la igualdad ya que cierra la puerta a la discriminación positiva. Las igualitaristas rechazan al discriminación positiva, creen en que la igualdad de trato traerá igualdad de oportunidades. Sin embargo, he aquí una contradicción, las igualitaristas son partidarias de un 50/50 de hombres y mujeres dentro de las instituciones pero estas mismas leyes imposibilitan la contratación de mujeres en grandes números porque también consideran ilegales las cuotas.

En este debate por la igualdad también surgen otras situaciones de desigualdad. El derecho a la baja por maternidad o al aborto no es un derecho ecuánime, y como tal, las mujeres reclaman discriminación por sus diferencias de género. Una mujer nunca será igual a un hombre porque forzosamente no puede serlo, y las singularidades de género no es algo que tengan en cuenta las igualitaristas.

Enredarse en el debate sobre igualdad o diferencia es algo que agota las energías del movimiento feminista. Los hombres apelan a la igualdad o la diferencia según les convenga, apelan a la igualdad en las bajas de paternidad y a la diferencia cuando defienden cobrar más primas por trofeos deportivos.

El debate entre diferencia e igualdad es fútil, la igualdad resultaría cruel para los hombres si recibieran el mismo trato que reciben las mujeres: estaríamos hablando de una generalización de la ablación de testículos, una tasa interanual de violaciones que se dispara de 9.000 a 69.000, un aumento sin precedentes de la trata de hombres, penes de hombres por todas las secciones de publicidad, veríamos a hombres con el pene al aire en pasarelas de moda y los partidos políticos harían campaña con vehículos rosas y azules para atraer a uno u otro género.

A diferencia de las igualitaristas, las feministas no queremos que los hombres sufran nuestra opresión.

El debate igualitarista perpetúa el patriarcado, mientras que el feminismo busca empoderar a las mujeres en base a ellas mismas, no a otros hombres. Y por eso soy feminista, y no igualitarista ni nada de eso, creo que la igualdad es perjudicial para las mujeres y para muchos hombres, ya que les obliga a perpetuar comportamientos degradantes y despersonalizadores. Nuestra sociedad avanza un peldaño más hacia la crueldad cuando las mujeres firman aceptan las condiciones masculinizantes  de la misma.

Los hombres controlan la balanza de poder y este poder se reparte de manera nociva y se usa para fines aún peores. El cambio solo podrá llegar cuando redefinamos y redistribuyamos este poder, eliminemos estas jerarquías y reevaluemos los estándares que los hombres han predefinido..

*Este artículo se inspiró en dos de las mejores pensadoras feministas de nuestro tiempo, Germaine Greer y Batherine MacKinnon.

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Las cortinas abiertas

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