Las trabajadoras del sexo tenemos mucho que decir sobre derechos laborales. ¡Escuchadnos!

Del original de Jane Green en The GuardianListen to sex workers – you’ll realise we have a lot to say about labour rights.

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Las trabajadoras del sexo practicamos nuestra profesión porque tenemos necesidades y deseos en la vida: comida, cobijo y los gastos cotidianos que nos afectan diariamente. Además, somos parte integrante de las comunidades donde trabajamos y vivimos.

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En Victoria, Londres, el trabajo sexual a pie de calle continúa criminalizado y sometido a leyes reguladoras.

Me produjo una frustración y una desesperación horrible leer el artículo Vivir en St. Kilda (Escocia) me abrió los ojos al mundo de la prostitución. Si tengo suerte, podré escapar. Frustración y desesperación porque, como trabajadora del sexo, antigua trabajadora a pie de calle y abogada de trabajadoras del sexo, muy a menudo veo que gente ajena a nuestro mundo habla de nuestras vidas de forma despectiva y estigmatizante. Tan, tan a menudo, que hasta ya existe un término para denominar nuestro trabajo: porno por compasión.

El término porno por compasión nos describe a las trabajadoras del sexo como víctimas alienadas,  incapaces de tener voz propia y en constante necesidad de rescate o de rehabilitación. Es esta una visión que niega la potestad que tenemos sobre nuestros propios cuerpos, que busca sabotear las luchas de las trabajadoras del sexo para que nuestros derechos como personas se vean reconocidos y que coloca en un lugar preponderante en debates sobre nuestras vidas y derechos las voces de aquellas personas ajenas a nuestro mundo. Esto no puede ser.

Las trabajadoras del sexo, como las demás, practicamos nuestra profesión porque tenemos necesidades y deseos en la vida: comida, cobijo y los gastos cotidianos que nos afectan diariamente, y sí, a veces drogas, aunque obtener drogas no es ni mucho menos el motivo indispensable que nos lleva a involucrarnos en esta rama profesional. Formamos parte de las comunidades en las que trabajamos y vivimos, siendo las trabajadoras del sexo a pie de calle la parte más visible de nuestra comunidad y también las que se enfrentan a situaciones específicas en términos de atención pública y mediática.

En Victoria, Londres, el trabajo sexual a pie de calle continúa criminalizado y sometido a leyes reguladoras. Esto se refleja en nuestro día a día como profesionales del sexo cuando recibimos un trato diferente al que se aplica a trabajadoras de otras ramas. Estamos sometidas a un complejo y confuso régimen de regulaciones que nos dicta cómo y cuándo tenemos que trabajar. Cuando en alguna ocasión no cumplimos esas determinaciones o cuando somos víctimas de violencia, nos vemos obligadas a pedir ayuda a las autoridades (entre ellas, la policía) y a arriesgarnos a ser multadas por no cumplir las especificaciones de las leyes reguladoras.

En relación con lo anterior, algo que te puede provocar que el ánimo se te caiga a los pies es leer la prensa y encontrarte un artículo de opinión que tire de generalizaciones fundamentadas en interacciones que el autor ha con trabajadoras del sexo, que en general no van más allá que un par de buenos días.

Si de verdad quieres enterarte de nuestras vidas como trabajadoras del sexo, te daré una pista: escúchanos, tenemos mucho que decir. No estamos calladas, luchamos a diario por los derechos laborales de nuestra comunidad. Apreciamos a aquellas personas que nos escuchan y no tratan de hablar en nuestro nombre; las aliadas de verdad respetan nuestra independencia y no presuponen nada sobre nosotras, sino que intentan descubrir por sí mismas nuestro mundo, el de las trabajadoras del sexo, a través de nosotras.

Si escribes sobre nosotras, es importante que entiendas que cuando describes el ambiente en el que trabajamos como un martilleo constante de miseria, día y  noche,  día y  noche y a nosotras como de caras sumisas, pero de ojos curtidos, lo que estás haciendo es despersonalizarnos y estigmatizarnos. Si en realidad te preocupa la violencia en nuestras vidas, si quieres ser una persona mentalizada sobre nuestra comunidad que quiere darnos su apoyo, los elementos clave a los que te tienes que enfrentar son el estigma y la discriminación y las leyes que criminalizan nuestro trabajo y evitan que disfrutemos de los derechos como personas y trabajadoras de los que sí disfrutan otros miembros de la sociedad, esas mismas leyes que nos dificultan el acceso a la justicia cuando somos víctimas de violencia.

Todo tipo de ayuda relativa a lo anterior que se nos facilite a las trabajadoras del sexo es un apoyo muy importante, escribir cosas como sexo por compasión, no.

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Discurso de Emma Watson en la Organización de Naciones Unidas

Traducción íntegra de Mariana Munárriz Merodio (Al Menari) del discurso de Emma Watson en la sede de Naciones Unidas de Nueva York el 21 de septiembre de 2014. Cargada por Demonio Blanco.

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Hoy lanzamos una campaña llamada «ÉlporElla». Me dirijo a vosotros porque necesito vuestra ayuda. Queremos acabar con la desigualdad de género… y para ello necesitamos que todo el mundo esté involucrado. Es la primera vez que la ONU lanza una campaña de este tipo: queremos intentar movilizar a cuantos hombres y chicos sea posible, para que sean abogados de la igualdad de género. Y no queremos únicamente hablar de ella, sino asegurarnos de que es tangible.

Fui nombrada Embajadora de buena voluntad de ONU Mujeres hace seis meses, y cuanto más hablaba de feminismo más me daba cuenta de que la lucha por los derechos de las mujeres se ha convertido demasiado a menudo en sinónimo de odio hacia los hombres. Si hay algo que sé con certeza es que eso tiene que acabar.


Que conste que el feminismo, por definición, es la creencia de que hombres y mujeres deberían tener los mismos derechos y las mismas oportunidades. Es la teoría de la igualdad política, económica y social de los géneros.


Empecé a replantearme las premisas basadas en el género cuando, con ocho años, no entendía que a  mí me llamaran «mandona» por querer dirigir las obras que preparábamos para los padres, pero no a los chicos. Con 14, algunos medios empezaron a sexualizarme. Con 15, mis amigas empezaron a abandonar sus equipos de deporte porque no querían parecer «musculosas». Con 18, mis amigos no eran capaces de expresar sus sentimientos.

Decidí que era feminista y para mí fue sencillo. Pero mis recientes indagaciones me han demostrado que la palabra feminismo se ha desprestigiado. Las mujeres han decidido no identificarse como feministas. Parece que me encuentro entre las filas de aquellas mujeres cuyas opiniones son vistas como demasiado fuertes, demasiado agresivas, separatistas, anti hombres, o incluso sin atractivo.

¿Por qué esta palabra resulta tan incómoda? Yo crecí en Reino Unido y creo que es justo que, como mujer, cobre lo mismo que mis colegas masculinos. Creo que es justo que pueda tomar decisiones sobre mi propio cuerpo. Creo que es justo que haya mujeres que me representen en política y en la toma de decisiones de mi país. Creo que es justo que se me ofrezca el mismo respeto que a los hombres.

Sin embargo, me entristece decir que no hay un solo país en el mundo en el que a todas las mujeres se les reconozcan esos derechos. Todavía no hay país en el mundo que pueda decir que ha conseguido la igualdad de género. Yo considero que estos derechos son derechos humanos, pero soy una de las afortunadas.

Mi vida es puro privilegio porque mis padres no me quisieron menos porque naciera niña. Mi escuela no me limitó porque fuera chica. Mis mentores no asumieron que no llegaría tan lejos como otros porque pudiera dar a luz un día. Estos apoyos fueron los embajadores de la igualdad que me hicieron quien hoy soy. Puede que no lo sepan, pero son los feministas involuntarios quienes hoy están cambiando el mundo. Necesitamos más como ellos.

Y si aún odiáis la palabra… no es la palabra lo que importa, sino la idea y la ambición que hay tras ella. Porque no a todas las mujeres se les reconocen los mismos derechos que a mí. De hecho, estadísticamente, a muy pocas.

En 1997, Hilary Clinton dio en Pekín un memorable discurso sobre los derechos de las mujeres. Por desgracia, muchas de las cosas que quería cambiar siguen siendo hoy una realidad. Lo que más me llamó la atención, sin embargo, fue que solo el 30 por ciento de la audiencia eran hombres. ¿Cómo vamos a conseguir cambiar el mundo si solo la mitad es o se siente invitada al debate?

Hombres: me gustaría aprovechar esta oportunidad para invitaros de forma oficial. La igualdad de género también es vuestro problema. Porque, a día de hoy, he visto cómo la sociedad valoraba menos el papel que mi padre ha desempeñado como tal, aunque de niña le necesitara a él tanto como a mi madre. He visto cómo jóvenes que sufrían enfermedades mentales eran incapaces de pedir ayuda por miedo a parecer menos hombres. De hecho, en el Reino Unido el suicidio es la primera causa de muerte en hombres de 20 a 49 años, por encima de los accidentes, el cáncer o las enfermedades coronarias. He visto a hombres que se sentían frágiles e inseguros debido a una imagen distorsionada de lo que constituye el éxito para un hombre. Los hombres tampoco poseen los derechos de la igualdad.

No solemos hablar de cómo afectan los estereotipos de género a los hombres, pero yo veo que es así y que, cuando ellos sean libres, las cosas cambiarán para las mujeres como una consecuencia natural. Si los hombres no tienen que ser agresivos para ser aceptados, las mujeres no sentirán que tienen que ser sumisas. Si los hombres no tienen que controlar, no tendrán que controlar a las mujeres.

Tanto hombres como mujeres deberían ser libres para sentirse vulnerables. Tanto hombres como mujeres deberían ser libres para sentirse fuertes. Es hora de que todos empecemos a percibir el género como un espectro y no como dos frentes de ideales opuestos. 
Si dejamos de definirnos el uno al otro por lo que no somos y empezamos a definirnos a nosotros mismos por lo que somos, solo podemos ser más libres, y esto es lo que busca ÉlporElla. La libertad.

Quiero que los hombres se unan a esta lucha. Para que sus hijas, hermanas y madres puedan existir libres de prejuicios, pero también para que a sus hijos se les permita ser vulnerables y humanos; para que puedan reclamar esas partes de ellos mismos que han abandonado y, al hacerlo, se conviertan en una versión más cierta y más completa de sí mismos.

Puede que estén pensando «¿Quién es esta chica de Harry Potter y qué hace hablando desde la ONU? » Es una buena pregunta y, créanme, yo también me lo he estado preguntando.

No sé si estoy cualificada para estar aquí. Todo lo que sé es que este problema me preocupa y quiero remediarlo. Y habiendo visto lo que he visto (y si tengo la posibilidad), creo que tengo el deber de decir algo.

El estadista inglés Edmund Burke dijo: «Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada».

Al sentirme nerviosa por este discurso y en los momentos de duda, me digo a mí misma: si no yo, ¿quién?; si no ahora, ¿cuándo? Espero que estas palabras os sean de ayuda si os surgen dudas similares cuando se os presenta una oportunidad. Porque la realidad es que si no hacemos nada, las mujeres no podrán pensar en ganar lo mismo que los hombres por el mismo trabajo hasta dentro de 75 años, es decir, cuando yo ronde los cien. En los próximos 16 años se casarán 15 millones y medio de chicas que aún son niñas. Al ritmo actual, no podremos ofrecer una educación secundaria a la población femenina rural de África antes de 2086.

Si creéis en la igualdad, puede que seáis uno de esos feministas involuntarios de los que hablaba, y os aplaudo por ello. Estamos luchando por encontrar una palabra que nos una, pero las buenas noticias es que ya tenemos un movimiento que lo haga. Se llama ÉlporElla. Os invito a dar el paso, a haceros ver, a hablar, a ser él por ella. Y a preguntaros: si no yo, ¿quién?; si no ahora, ¿cuándo?

Muchas, muchas gracias.

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Las feministas no somos humanistas y no nos vamos a cambiar el nombre.

Del original de Sherrie Silman en Feminspire, Feminists Are NOT Humanists – And We Should Not Be Renamed

Traducido íntegramente por Daphne Blacksmith <3, corregido y subido por Demonio Blanco.

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Hay una pregunta que muchas feministas están hartas de escuchar:

Si el Feminismo defiende la igualdad de derechos para todo el mundo, ¿por qué no se llama igualitarismo o humanismo?

He aquí la respuesta corta:

El Feminismo no se llama Humanismo ni Igualitarismo porque Feminismo, Humanismo, e igualitarismo son tres teorías distintas.

El Feminismo no se llama Humanismo ni Igualitarismo porque tanto en el  Igualitarismo como en el  Humanismo bulle un concepto preexistente; el que defiende que «las mujeres pueden o incluso deben ser reconocidas como personas» sin tener en cuenta la lucha por la equidad de género y contra la homofobia, el racismo u otras discriminaciones que la Declaración de Derechos Humanos pretende erradicar.

El Feminismo se niega a eliminar el fem- de su nombre porque eliminar el femenino de la palabra sería discriminatorio y  contraproducente.

El Feminismo debe su nombre precisamente debido al sentimiento de odio hacia lo femenino que impregna todo el planeta.

Y aquí la explicación:

El Feminismo es un movimiento social que aboga por el reconocimiento ecuánome de los derechos humanos para todo el mundo y la protección que esto conlleva para todos los géneros.  No sólo de derechos y protecciones sobre el papel o en teoría, también en la práctica.

El Feminismo opera sobre el principio de que el género no conforma una base sólida sobre la que aplicar discriminación, sometimiento, marginación, opresión, esclavitud, y/o genocidio. El primer principio unificador del movimiento fue el concepto de que el sexo no debe dictar la personalidad de un individuo dentro de un marco legal ni  tener la potestad de facilitar o usurpar los derechos humanos básicos del mismo. Se llama Feminismo porque el género despersonalizado y sometido a otras formas de opresión fue (y sigue siendo) el femenino, de ahí el fem- en el Feminismo.

El Feminismo se gestó en lugares donde las personas de sexo/género femenino se encontraban sometidas a discriminación, marginación, opresión, esclavitud, genocidio y otros tipos de violencia. Históricamente, en la mayoría de las partes del mundo, las personas de sexo/género femenino han sufrido desconsideración con respecto a los hombres, han estado sujetas a los hombres en concepto de propiedad y se las ha leído como elementos infrahumanos. Este sexismo persiste en la mayor parte del mundo actual (y que nadie te diga que las cosas no están tan mal, a esas personas, lo que realmente les ocurre es que no sufren el sexismo, la marginación o la subyugación de manera directa y, de esta manera, les resbala solidarizarse con aquellas personas que sí las sufren).

Así que sí, el Feminismo aboga por que las personas de sexo/género femenino gocen de los mismos derechos que las personas leídas como no mujer/femenino.  El Feminismo defiende la igualdad de derechos para todas las personas independientemente de su género, porque el género no conforma una base sólida sobre la que aplicar discriminación. Defender que el género no conforma una base sólida sobre la que aplicar discriminación implica sostener que el sexo, la orientación sexual, la edad, el origen, la situación socioeconómica, la alfabetización, la capacidad, etc. tampoco conforman bases sólidas sobre las que aplicar discriminación. La mayoría de nosotras nunca estaremos en desacuerdo: los derechos humanos son para todas. Sin embargo, violaciones de los Derechos Humanos fundamentales, como la esclavización y la opresión de manera explícita, ocurren todos los días en todas partes del planeta. ¿Cómo cambiar esto? A través de la acción. Poniendo en marcha un movimiento. Preparándose para la batalla.

El Feminismo es un movimiento que aboga por la igualdad de género.

¿Hubo algo antes que el Feminismo que promoviera y exigiera igualdad de derechos para todas las personas independientemente de su sexo? Pues no, no lo hubo. No ha habido ningún movimiento semejante y que se recuerde antes del Feminismo. Hubo movimientos antes de que naciera el Feminismo, hubo movimientos que contribuyeron al fomentar un clima social que permitiera que el Feminismo se gestara, pero ninguno de ellos tenía el enfoque del Feminismo. El Feminismo es el movimiento que se opone a utilizar el género como base para la discriminación.

Aquellas «reivindicaciones feministas» que no comparten el objetivo de lograr la igualdad en términos de derechos humanos y  protección de todos los géneros (y por extensión, de todas las personas y clases sociales que sufren abuso de poder) no son verdaderas reivindicaciones feministas.

El humanismo es una rama de la filosofía (y la ética) que aboga por la igualdad, la tolerancia y la laicidad (lo que se conoce comúnmente como «la separación de iglesia y estado»). El humanismo reconoce que los seres humanos no «necesitan» de la religión para desarrollar sistemas morales o establecer un comportamiento moral. En otras palabras, el humanismo es la teoría que defiende que los seres humanos son capaces de utilizar la lógica para determinar lo que es ético (el bien y el mal) y no necesitan de los dictados del monstruo espagueti o de cualquier otra deidad para alcanzar el conocimiento moral. Los humanistas abogan por la educación, la tolerancia, la política representativa (en contraposición a la monarquía) y la libertad de pensamiento (en contraposición al dogma religioso). El humanismo no es un movimiento sociopolítico que se encuentre activo en la actualidad.

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El igualitarismo es una forma de filosofía política que defiende que  todos los seres humanos son iguales en esencia y por lo tanto tienen el mismo derecho a iguales recursos como los alimentos, la vivienda, el respeto, el estatus social). El igualitarismo, con todos sus méritos, se encuentra limitado en la práctica. La igualdad se conceptualizó originalmente como un medio para dar a todas las mismas cosas y garantizarles los mismos medios, por así decirlo, y los conceptos y teorías de la igualdad se transformaron y crecieron a partir de ese punto de partida. No obstante, puedes facilitar a todo el mundo los mismos elementos y perpetuar la desigualdad y/o la inequidad. Por ejemplo, puedes enunciar que todo el mundo tiene derecho a dos manzanas y, de esta manera, entregar dos manzanas a cada persona, sin así explicar la desigualdad de recursos que previamente existían antes de la entrega de las manzanas. En otras palabras, algunas personas podían tener ya dos manzanas, otras podían no tener ninguna, algunas personas podían ser alérgicas a las manzanas, y otras de más allá tenían más necesidad de una manta que de una manzana. El igualitarismo, aun siendo un concepto ético fundamental, no tiene generalmente en cuenta las desigualdades a través de una perspectiva interseccional. El igualitarismo no es un movimiento sociopolítico que se encuentre activo en la actualidad.

Humanismo e Igualitarismo son movimientos intelectuales importantes cuyas filosofías forman parte del Feminismo así como de la Declaración Internacional de los Derechos Humanos. Sin embargo, el Feminismo es el único movimiento que aboga activamente por la igualdad de género. El Feminismo lleva ese nombre porque comenzó como un movimiento sociopolítico con el objetivo de  lograr la igualdad de género para las mujeres y, por lo tanto, a través de su propia lógica y discurso, es un movimiento sociopolítico cuyo objetivo es lograr la igualdad para todas las personas independientemente de su sexo o cualquier otra característica demográfica. Por extensión lógica, el Feminismo apoya la Teoría de la Equidad.

La Teoría de la Equidad reconoce la existencia de esferas de  dinámicas de poder diversas e interseccionales que crean lugares de dominación/subordinación basados en juicios de valor asignados a diversos conceptos o realidades (p.e.: raza, género, etc.). A diferencia del Igualitarismo, la Teoría de la Equidad  debate sobre cómo crear igualdad sin tratar a todas las personas como si fueran exactamente iguales. Las personas no son exactamente iguales, diferentes agentes sociales en diferentes ubicaciones sociales se enfrentan a diferentes retos en su situación social. Entregar a cada uno una manzana no crea igualdad si alguien es incapaz de sostener físicamente la manzana. Las barreras físicas, sociales y discursivas crean desigualdades de acceso y requieren enfoques individualizados que hay que superar. La Teoría de la Equidad es un enfoque interseccional que engloba la ética, los Derechos Humanos y el pensamiento sociopolítico.

Simplifiquémoslo: el igualitarismo pretende dar a cada persona las mismas dos barras de pan a pesar de que algunas personas son alérgicas al pan. El humanismo también sostiene que deberíamos dar esas barras a todo el mundo, no porque el monstruo espagueti nos haya dicho que lo hagamos, sino porque es lógicamente ético hacerlo. La Teoría de la Equidad reconoce que lo que algunas personas necesitan para alcanzar la igualdad son dos tipos diferentes de pan o un pan y una manzana o ningún pan y dos naranjas, porque todo el mundo es diferente. El Feminismo nos recuerda que ningún género tiene derecho a más hogazas de pan o a las rebanadas más frescas y que ciertas situaciones sociales (género, orientación sexual, identidad étnica) han sido silenciadas y empequeñecidas con frecuencia de manera injusta y a menudo violentamente. El Feminismo defiende  que, a pesar de los buenos pensamientos y las buenas intenciones iniciales del Igualitarismo y el Humanismo, esas situaciones sociales en situación de discriminación se están muriendo de hambre solo con las migajas que dejan aquellas personas que piensan que sólo ciertos tipos de personas tienen derecho y un más fácil acceso al pan. Lo que hace el Feminismo es mostrarles a esos Igualitaristas y a esos Humanistas que actualmente reposan sobre las cabezas de personas en situación de marginalidad que esas mismas personas que se encuentran bajo sus pies existen, y que si pudieran cambiarse levemente de sitio, dejarían de aplastarles.

Así que la próxima vez que alguien te diga que solo participaría en el Feminismo si cambase su nombre por el de algún otro movimiento que no combate activamente la opresión y la desigualdad, adelante, felicíta a ese imbécil por lo enorme de sus prejuicios. Si quieres optar por algo con un poco más de clase, tal vez puedas enviarles este artículo.

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17 mentiras que los hombres aprendemos sobre el sexo

Del original de Julianne Ross en Everyday Feminism, 17 Lies We Need to Stop Teaching Boys About Sex.

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Originalmente publicado en Mic y reblogueado aquí con su permiso.

Hace poco, Policymic dejó en evidencia las diecisiete mentiras relativas al sexo que las chicas jóvenes aprenden de la sociedad.  Aunque, a priori, tuviera pinta de estar orientada exclusivamente a mujeres, esa lista tenía como objetivo mostrar a todos los géneros que una sexualidad sana es posible.

No hay duda de que los chicos jóvenes, tanto como las chicas, están expuestos a falacias que a la postre pueden causarles infinidad de problemas.

Aunque nuestra cultura promueve una visión del sexo androcéntrica; es decir, falocéntrica, también plantea problemas a aquellos cuerpos leídos como hombre. Los hombres aprenden que los hombres de verdad son solo aquellos que ponen en práctica una sexualidad agresiva; no solo eso, además, los principios de la masculinidad tóxica fomentan una conducta estoica (en el sentido de irreflexiva) e ignorante. Admitir miedo, incomodidad o confusión con respecto al sexo implica reconocer una vulnerabilidad que entra en conflicto con una cultura que naturaliza el machismo.

El estigma que afecta a la sexualidad masculina va de la mano con el aumento de los comportamientos de riesgo, la violencia y la difusión de enfermedades de transmisión sexual.

Los cuerpos leídos como hombre conforman la mitad del pastel del debate sobre la visión positiva del sexo, por lo que es precisa que transmitamos una educación adecuada para todo el mundo, sobre todo en relación a anatomía, comunicación y consentimiento. Empecemos por dejar en evidencia esos diecisiete mitos que envuelven al sexo y a los cuerpos leídos como hombre.

1. El tamaño importa (y lo es todo)

Si hay algo que la sociedad ha equiparado tradicionalmente a la masculinidad es el tamaño del pene, así que no debería extrañarnos que muchos hombres estén preocupados por el tamaño de sus genitales.

La verdad es la siguiente: el tamaño importa a veces y a algunas personas, pero no lo es todo.

De esta manera, y en muchas ocasiones, los tipos se ven obligados a alcanzar un estándar poco realista. Muchos de ellos no han visto erecciones ajenas más allá del porno, por lo que disponen de una perspectiva muy sesgada. El porno, además, tiene las ventajas añadidas de una iluminación, unos ángulos y un maquillaje cuanto menos halagadores, lo que lo convierte en un elemento bastante poco acertado para efectuar una comparación válida.

Una erección media alcanza una longitud de 13 a 15 centímetros y un perímetro de 10 a 13 centímetros, dependiendo de la fuente.

Las preferencias de mucha gente tienen más que ver con el condicionamiento social predominante que con el puro placer físico. Las personas somos de varias formas y tamaños, y aquellas que gustan a unas pueden no gustar a otras.

Además de eso, tened en cuenta que la vagina no es un pozo sin fondo en la cual meter cualquier cosa, solo mide de largo entre siete y medio y diez centímetros de media, y se dilata durante la relación sexual para facilitar el acceso. Otras aberturas no ofrecen eso.

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Por último, la química sexual le gana por goleada al tamaño. Según palabras del Doctor Debby Herbenick, del Instituto Kinsey (institución sin ánimo de lucro dedicada a la investigación en material sexual, de género y reproductiva): «nuestras investigaciones concluyen, de manera consistente, que la conexión psicológica, la intimidad y la satisfacción relacional tienen más que ver en nuestra satisfacción sexual que el tamaño o la forma de los genitales de nuestra acompañante.»

2. En el sexo, la penetración lo es todo.

Conocemos comúnmente la virginidad como un estado previo a la penetración del pene en la vagina, una idea demasiado limitada como para tener significación por sí misma, ya que excluye el sexo oral y anal, las experiencias de parejas LGBTQ y concepciones más personales de intimidad.

Más allá de la virginidad, el sexo, el amor y las relaciones afectivas son muchas más cosas que simplemente introducir determinada cosita en determinado agujerito.

3. Todos los hombres tienen pene.

Muchos de los elementos que estoy sometiendo a discusión van dirigidos a aquellos a los que se asigna varón al nacer, de cara a establecer un espacio de debate para temas que los hombres, por lo general, no tienen oportunidad de tratar adecuadamente.

Insistimos en que la identidad de género no tiene nada que ver con el sexo biológico.

La masculinidad no se define mediante aquello que tienes entre las piernas.

4. Los hombres siempre tienen ganas de follar.

La sociedad ha insistido durante tanto tiempo en la libido masculina que hemos llegado a un punto en que la falta de deseo sexual en hombres se ha convertido en sinónimo de castración. El caso es que, a veces, a los hombres, ―como a las mujeres―, simplemente no les apetece. Elementos como la dieta, las horas de sueño, el estrés o la confianza pueden afectarnos al ánimo.

Los estudios referentes al debate sobre si el deseo sexual es mayor en mujeres que en hombres son tan infinitos como contradictorios, pero veámoslo en perspectiva: como señala IO9, «un deseo sexual mayor no se traduce en mayores aptitudes para el sexo, ni en un disfrute mayor del mismo».

Y, lo que es más importante, las tendencias mayoritarias no reflejan ni mucho menos las preferencias personales: algunos hombres prefieren las relaciones monógamas, otras el sexo casual y otros no desean ningún tipo de contacto sexual.

Debemos dejar de leer el deseo ―y su ausencia― en términos de género.

5. Los hombres no pueden ser víctimas de violación

Las violaciones son un delito infradenunciado, sin importar el género afectado. Una encuesta realizada recientemente por la agencia de estadística del Departamento de Justicia de los Estados Unidos ha arrojado datos que nos muestran que existen muchos más hombres víctimas de violación de los que pensábamos.

De cuarenta mil hogares entrevistados, la agencia logró esclarecer que el 38 por ciento de los delitos de violación y agresión sexual fueron cometidos en perjuicio de hombres ―un dato bastante más elevado que el que muestran anteriores estadísticas, con un porcentaje de hombres víctimas de entre un cinco y un catorce por ciento. Más allá de estadísticas, negar la realidad de los hombres como víctimas de violaciones representa un daño terrible a las víctimas.

De esta manera, ¿por qué la gente sigue pensando que los hombres no pueden ser víctimas de violación? Esta concepción errónea principalmente se sustenta en la idea que he mencionado anteriormente: los hombres siempre quieren sexo. Una premisa especialmente dolorosa y confusa para las víctimas.

Jennifer Marsh, de Red Nacional contra las Agresiones, la Violación y el Incesto (RAINN, en sus siglas en inglés), enunció en PolicyMic que «las víctimas masculinas a menudo se sienten mal consigo mismas cuando no desean la agresión ni la disfrutan».

Una erección no implica consentimiento; la realidad es que una erección fortuita puede sobrevenir tanto en hombres como en mujeres durante una agresión sexual.

6. No hace falta que los hombres se vacunen del Virus del Papiloma Humano (VPH).

Aunque el virus del papiloma esté asociado típicamente a las mujeres, lo cierto es que los hombres también pueden ser portadores e incluso contagiárselo a sus parejas mujeres.

Por estos motivos, el Centro de Control de Enfermedades (Atlanta, Estados Unidos) recomienda la aplicación de Gardasil tanto en hombres como en mujeres de entre nueve y veintiséis años. Esta vacuna previene de diferentes afecciones de VPH, dos de cuyas cepas producen verrugas genitales y cáncer cervical. Y sí, es segura.

Hablando del tema, los hombres también pueden sufrir infecciones urinarias y candidiasis, igual no tan a menudo como las mujeres, pero eso no las convierte en menos virulentas cuando atacan.

7. Para aprender de sexo, una buena fuente es el porno.

Sin entrar en deliberaciones personales sobre lo ético de las implicaciones que tiene el porno (y hay miles de textos que ya se han posicionado en múltiples puntos de este debate), está claro que es un producto que se consume masivamente en la actualidad y seguirá consumiéndose en el futuro.

De esta manera, recordemos que el sexo en el porno no es sexo real. Como en cualquier otra empresa cinematográfica, hay actores, directores, editores y un exceso de barroquismo, valga la redundancia.

A lo que vamos: a pesar de la omnipresente y frenética presencia de la que goza la penetración en el porno, la mayoría de mujeres no se corren solo con ella.

Otra prueba de que el sexo real difiere con el del porno es que los hombres no producen litros de semen, que todos los genitales no parecen sacados de una cadena de producción y que el ser humano suele tener pelo.

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Porque el porno no deja de ser una actuación, no un manual de instrucciones, y el someterte a interminables sesiones de porno no te convertirán necesariamente en mejor amante.

Cosa que si conseguirá que hables con tu pareja de lo que le gusta, por ejemplo.

8. El sexo se acaba cuando el hombre se corre.

El sexo no es una práctica teológica, el orgasmo no lo es todo. Esto vale tanto para hombres como para mujeres.

No es asunto de vida o muerte que te sientas incómodo por el «dolor de huevos», al fin y al cabo, de lo que hay que disfrutar es del camino.

9. El sexo es una maratón. Si no dura horas, no vale.

Las sesiones maratonianas copulatorias que nos muestran el porno y las comedias románticas no son fieles a la realidad, y es probable que lleguen a ser dolorosas si las ponemos en práctica en nuestro día a día. Los hombres, al igual que las mujeres, también pueden sufrir irritación tras el acto.

La realidad es que el sexo (sin incluir preliminares) normalmente suele durar lo que dura de media una canción de Marvin Gaye: de tres a siete minutos.

¿Os parece poco, verdad? Sin embargo, el sexólogo y escritor Ian Kerner nos lo muestra en perspectiva: «los [cis]hombres  estamos llamados a eyacular rápidamente ―y situaciones de estrés pueden hacernos eyacular de manera aún más rápida. Nos ha sido útil como raza. Si los tipos tardáramos una hora en eyacular, seríamos bastantes menos».

10. Los hombres bisexuales son hombres homosexuales que no se atreven a salir del armario.

La ciencia, como Colón, ha descubierto algo que ya conocían millones de personas, en concreto los hombres bisexuales: la bisexualidad masculina existe. Y no, no es simplemente «una escala de camino a “Villahomo de Abajo”».

No obstante, los hombres bisexuales aun tienen que enfrentarse al estigma de ser cuestionados sobre la legitimidad de su orientación sexual. Lo mismo les ocurre a las mujeres, aunque de ellas se infiere, a priori, una orientación más fluida (y sexualizada).

Sin duda, según afirma Patrick McAleenan (diario Telegraph) «aún está por ver el innatismo o la culturalidad de vivir en una sociedad que adora a Katy Perry por componer una canción llamada I Kissed a Girl (Besé a una chica) y a Madonna cuando se magrea con Britney Spears en directo».

Los hombres no deberían avergonzarse por sensaciones homoeróticas; tampoco es justo que presupongamos que la línea entre la heterosexualidad y la homosexualidad en hombres es más rígida que entre mujeres.

11. A los hombres heterosexuales, por el culo, ni el pelo de una gamba.

Explorar su trasero es tabú para muchos hombres hetero porque les preocupa estar haciendo algo «gay».

Esto es una estupidez, siendo el principal motivo que no tiene nada de malo ser gay. Además, no todos los hombres gay practican sexo anal.

Sea cual sea tu orientación sexual, la próstata sigue estando ahí. Este glande del tamaño de una nuez, también conocido por ser el «punto G masculino» se encuentra entre el pene y la vejiga, y muchos hombres, tanto gay como heterosexuales, han dado fe de que su estimulación les provoca orgasmos más intensos.

12. El sexo oral y anal es más seguro que el sexo vaginal

Aunque el riesgo de embarazo sea remoto mediante prácticas de sexo anal y oral (y a este último se le considera como la práctica que menos riesgo provoca para contraer VIH), aun existen múltiples posibilidades de contagiar y que te contagies de muchas ETS mediante una u otra práctica.

Escoger entre opciones implica escoger entre riesgos, no evitarlos. La mayor medida de seguridad es asegurarte que tanto tú como tu pareja os analizáis regularmente (incluyendo un análisis rectal de ETS, si existe la posibilidad), y, por supuesto, el uso de preservativos.

13. Una erección es sinónimo de deseo sexual (y viceversa).

A los tipos puede ponérseles dura de manera aleatoria por muchos motivos, especialmente durante la pubertad. Las erecciones espontáneas podrán ser motivo de vergüenza, pero son corrientes, y en muchas ocasiones no tienen que ver con lo cachondo que está el interfecto.

Las poluciones nocturnas, también conocidas como tiendas de campaña, son uno de los ejemplos más comunes. Ocurren en el momento en el que el cerebro entra en la fase REM, y en absoluto están relacionados con la temática sexual de los sueños.

Y a la inversa, que a un tipo no se le ponga dura no significa que no esté cachondo. Tanto el alcohol como los estupefacientes pueden influir y la disfunción eréctil es algo muy común en Estados Unidos, afectando en torno a entre quince y treinta millones de hombres.

Moraleja: el deseo es algo demasiado complejo como para reflejarse únicamente en signos físicos.

14. Los tipos en relaciones (hetero) ya no llevan los pantalones en su relación.

En jerga actual, el término «llevar los pantalones» se refiere a quien lleva las riendas de una relación en pareja; cuando se dice que una mujer  en una relación «lleva los pantalones», es que ejerce «control» sobre su pareja hetero, un hombre en este caso.

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Es una expresión inherentemente sexista (si dudáis, echad un ojo a esta entrada), ya que nos transmite que el estado natural de las cosas es que un hombre mantenga a la mujer en su sitio.

15. La omisión del «no» es explícitamente un «sí».

Existe tanto estigma y tanta vergüenza cuando hablamos de sexualidad, que hablar de consentimiento puede parecer extraño, especialmente si eres joven. Tenemos que superarlo, porque hablar de consentimiento es lo más importante dentro del ámbito que nos atañe.

Desde las recientes medidas gubernamentales encaminadas a contener la proliferación de violencia sexual en las universidades a las protestas estudiantiles en todo el país, queda claro que el acoso sexual sigue conformando un problema importantísimo tanto para mujeres como para hombres jóvenes. La ignorancia no vale como excusa.

Es nuestro deber enseñar tanto a chicos como a chicas a aclarar sus intenciones, respetando siempre al autonomía corporal ajena.

Insistamos en lo siguiente, ya independientemente del género: un no es un no. Que no haya un «sí» explícito también es un no. La ingesta de alcohol y la ropa que se lleva puesta no es sinónimo de consentimiento.

Y ninguna persona está obligada a tener sexo con nadie. Nunca.

A propósito, ya que estamos, recordad también que la friendzone no existe y piropear a las mujeres difiere mucho de la idea de «cumplido».

16. Las mujeres (y sus genitales) son complicadas y dan miedito.

Contrariamente a lo que comúnmente se piensa, el orgasmo femenino no es el mítico unicornio esquivo del sexo.

¿Qué a las mujeres les resulta difícil correrse? Por descontado. No obstante, bombardear constantemente a tipos y tipas con lo de que hacer que una mujer se corra es sinónimo de tarea hercúlea implica sembrar semillas de ansiedad y fracaso.

Más allá de dar la charlita sobre de dónde viene los niños, la educación sexual sería de más ayuda si hiciera por desmitificar de manera exhaustiva nuestros cuerpos y sus partes, independientemente de nuestro género y sexo.

Como todo el mundo somos diferentes, no estaría de más que enseñáramos a nuestras jóvenes a comunicarse de manera cómoda con sus parejas sobre lo que les gusta y lo que no. Es un punto que les será de gran ayuda a lo largo de sus vidas, tanto fuera como dentro del dormitorio.

17. Los tipos no están llamados a tener paciencia.

Arropados en el estereotipo de que los hombres siempre están pensando en sexo, muchos de ellos creen que todos aquellos tipos de su alrededor lo hacen.

Las normas culturales nos dictan que todos los hombres deberían estar ansiosos por follarse a la primera persona que se crucen por la calle y así también lo desee, pero nada más lejos de la realidad.

Muchas mujeres disfrutan del sexo casual, muchos hombres no. Algunos prefieren tomárselo con calma, y otros no sienten ningún tipo de atracción sexual.

Informes de Planificación Familiar (organización no gubernamental para la salud reproductiva y sexual) afirman que uno de cada cuatro hombres de diecinueve años no es sexualmente activo. Los chicos normalmente exageran su nivel de experiencias y la cantidad de parejas sexuales que han tenido; en una entrevista a mil doscientos adolescentes y jóvenes de entre quince y veintidós años, se esclareció que en torno a un treinta por ciento habían mentido sobre «lo lejos que habían llegado» y un setenta y ocho por ciento afirmaron sentirse presionados por la sociedad para tener relaciones sexuales.

No mantener relaciones sexuales no le convierte a alguien en menos hombre, porque tu identidad no depende de la gente con la que te acuestes. No es asunto de nadie que no seas tú.

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Solanas también disparaba

Sobre la criminalización de movimentos sociales, la tibieza y el pacifismo tácito. Genial artículo.

Tus piolets. Mi fresadora

Me estaba acordando ahora de cuando yo empecé a interesarme de nuevo por la política (digo interesarme de nuevo porque en mi casa siempre se ha hablado de política). Escuchaba rap mas o menos consciente, cada día más, podría citar muchos grupos, pero iré a lo concreto.

Un día di con Pablo Hásel, me molaba su mensaje. Su mensaje de odio, de declarar la guerra. Me encantaba la moraleja, el odio y la rabia.

Entre las cosas que él decía, me quedo con el engranaje fundamental del tema que trata en sus canciones y textos: la lucha armada. Sin más. Me gustaba cómo desentrañaba el mensaje de esos políticos socialdemócratas o incluso llamados a sí mismos comunistas (como Pablo Iglesias) que hablaban de un comunismo «bueno» (el de las urnas) y un comunismo «malo» (el de la lucha armada), convirtiéndose así en lacayos del sistema.

Paralelamente…

Ver la entrada original 940 palabras más

Muestra ilustrada del piropeo. El acoso callejero en profundidad.

Del original de Nina Bahadur en The Huffington Post, Catcalling Comic Illustrates Street Harassment From the Very Beginning.

Maquetado con la inestimable ayuda de María Zerobox  <3.

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En ocasiones es difícil entender, incluso para el hombre más empático, los niveles de acoso callejero a los que nos vemos sometidas la mayoría de mujeres. Así que si alguna vez se lo tienes que explicar a alguien, este cómic te será útil.

Ursa Eyer, dibujante afincada en Nueva Orleans, recibió la visita de las musas tras sufrir un encontronazo especialmente frustrante con otro hombre y creo estas viñetas

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«Creé este comic en respuesta a una conversación que tuve con un hombre joven al que conocí en una fiesta», cuenta Eyer al Huffington Post en un correo electrónico. «Acabamos entablando la misma conversación que yo ya había tenido miles de veces, sobre la crítica al piropeo… Me inspiró para ilustrar mi historia personal con el piropeo para mostrarlo cómo es y cómo se siente a alguien que nunca lo ha experimentado.»

Aunque algunas lo consideren un comportamiento válido (ver Presentadoras de Fox News, activistas a favor de los derechos de los hombres y Doree Lewak) lo cierto es que los hombres nos dicen cosas realmente enfermizas por la calle.

El cómic nos muestra los tipos de comentarios no solicitados que las mujeres recibimos por parte de extraños y referentes a nuestra apariencia a lo largo de nuestra vida, empezando por «Qué guapa eres» cuando somos pequeñas, para ir in crescendo hasta los comentarios agresivos y sexualizados de la adultez.

«De pequeñas tenemos que aprender, sobre todo por nosotras mismas, cómo enfrentarnos a situaciones frustrantes y aterradoras», afirma Eyer en el Huffington. «Nos peleamos con ellas tantas veces que ya forman parte de nuestra vida diaria. Ni siquiera las mencionamos, porque se han convertido en norma.»

Echadle un vistazo.

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3- traducido

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Los hombres no tienen ni idea de ponerse malos

Del original de Alicia Schindler en The Huffington Post Women, Men suck at being sick.

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Me duele todo el cuerpo, tengo la mente nublada, soy un despojo chorreante e hirviente, pero soy la madre y no tengo tiempo para estar mala. Ni un minuto. Tengo que domar a las niñas, hacer los almuerzos y organizar las actividades del día. Así que, aunque lo único que quiero es caerme muerta y dormir, lo que hago es no parar quieta y agitarme de un lado a otro. Aunque puede que sea por el frío.

Mi marido se arrastra hasta la cocina, con una mueca de cansancio plasmada en su cara.

«¿Qué te pasa?», pregunto, mientras a duras penas puedo hacerme cargo de todo.

«No puedo respirar», dice. «¿Me pasas un pañuelo?» Mientras, me mira con ojos de cordero degollado.

«Claro», digo de mala gana, y le acerco el paquete de pañuelos. ¿Puedo yo tomarme el día libre por estar mala? ¿Puedo ser yo la que por una vez esté mala?

«¿Te traigo un barreño?», le pregunto, sarcásticamente.

«Preferiría un zumo». Intenta ponerme ojos de cachorrito, pero lo que a mí me parece es que es un perro.

Intento respirar hondo, tranquilamente, pero tengo la nariz bloqueada, así que trago mocos y toso, pero nadie parece notarlo. Si no estuviera tan agotada, seguramente tendría algo mordaz que decir, pero como no puedo con mi alma, le paso una vaso de zumo, con el ceño fruncido, eso sí.

¿Cómo demonios lo hace? ¿Cómo demonios ocurre que siempre que tiene un catarro, lo convierte en neumonía?

Cuando tiene náuseas, se va al baño a emitir esa voz perruna, ese sonido de mala bestia cual animal moribundo.

Cada vez que está pocho, el mundo ha llegado a su fin.

Sí, efectivamente, algo le pasa a mi marido, pero no hay duda de que, principalmente, no tiene ni idea de ponerse malo.

Igual soy yo, pero siempre que no me encuentro bien, sus síntomas empeoran mágicamente. No voy a decir que lo haga adrede pero…

Yo: no me encuentro muy bien.

Marido: yo tampoco.

Yo: me duele la cabeza.

Marido: a mí también, y la garganta.

Yo: qué raro.

Marido: también tengo la espalda un poco agarrotada.

Yo: ¿de verdad?

Marido: Sí. La verdad es que me duele todo, creo que voy a echarme. ¿Me haces un caldito?

Parece ser que las mujeres no tenemos derecho a ponernos malas. Nunca.

Y creo que puedo decir, oficialmente, que esto no solo le pasa a mi marido. Creo que podemos meter a la gran mayoría de hombres en este saco, si acaso excluiremos a Clint Eastwood, a mi abuelo y a alguna que otra excepción, que siempre hay.

Mujeres de todas partes coinciden en que los hombres no pueden sobrellevar el dolor. Resoplan y gimotean, se quejan en exceso, rozan la hipocondría y arman escándalo mientras sus esposas cuidan del bebé de pie, hacen la cena y vigilan los deberes del cole de sus hijas, todo con 40 de fiebre y una pierna y tres brazos rotos. Sí, tres.

Me hace pensar en las expresiones que uso al azar y sin pensar: «compórtate como un hombre» o «¿qué eres, un tipo o una mierdecilla?». ¿Cómo llegaron estas expresiones a formar parte del imaginario popular? Creo que sería más apropiado «compórtate como una mujer» o «qué eres, una madre o una mierdecilla?». Esta última voy a empezar a decírsela a mis hijas, porque si hay algo que sabemos muy bien cómo hacer, es sufrir.

Me pone enferma.

Descargo de responsabilidad marital: Como aclaración y no porque lo esté leyendo, he de decir que mi marido es muy macho. Es el entrenador para todo, mata arañas, sube escaleras, arregla cosas y no hay nada que le guste más que las patatas fritas de bolsa en el sofá y los deportes en la tele. No hay duda de que mi marido le puede al tuyo… al menos que esté malo, claro.

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Cómo saber que eres un misógino

Del original  de Mychal Denzel Smith en Feministing, How to know you hate women.

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Ray Rice, Janay Rice

He aquí una prueba infalible de que eres un misógino: se produce un caso de violencia de género en el cual un hombre golpea a una mujer hasta que la deja inconsciente. El caso adquiere notoriedad nacional y todas las preguntas y comentarios que se te vienen a la cabeza tienen que ver sobre el comportamiento de ella. Eres un misógino de aúpa, ni más, ni menos.

No hay otra explicación, nada de «no conozco la totalidad de los hechos», no hay excusas, eres un misógino. Reconócelo.

Seguramente no creas que eres un misógino; en realidad, lo más probable es que pienses que solo estás siendo un observador objetivo cuyo único interés es la verdad. No te lo crees ni tú, amigo.

Es un incidente que suele darse en nuestros debates sobre conflictos verdaderamente importantes: tenemos que ser justas con ambas partes. No tenemos en cuenta, sin embargo, que una de las partes es la subyugada y la otra, la opresora. Si no te parece mal legitimar a esta última en pos de la «justicia», tampoco te parecerá mal decir que estás de acuerdo con la opresión como una condición inherentemente humana. Menuda mierda.

La violencia machista no merece una perspectiva «justa», no deberían existir justificaciones, racionalizaciones o ambigüedades. La violencia machista no debería tolerarse, punto. Sin embargo, cada vez nos disponemos a denunciar esta violencia de manera colectiva, hay alguien que alza la voz discordante.

«Bueno, el caso es que hizo mal en pegarla, pero creo que ella no debió…»

«No estoy de acuerdo con que se pegue a las mujeres, pero si te metes en los asuntos de un hombre con sus mismos modos… »

«¿Y las obligaciones que tiene [ella] con su familia

«¿Por qué no se largó? Así está justificando su comportamiento [el de él]»

«No deberíamos entrometernos en asuntos de pareja»

«¿Y qué se esperaba?»

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Odio. Es odio. No hay otra manera de llamarlo cuando has tenido constancia del hostigamiento sistemático hacia las mujeres a lo largo de la historia hasta silenciarlas y convertirlas en ciudadanas de segunda y aun así les culpas por la violencia que sufren.

Existe una tendencia a juzgar de manera ecuánime las acciones de las personas poderosas y desempoderadas y luego preguntar «ah, ¿pero que no es eso la igualdad?». Es una manera muy astuta de evadirse retóricamente del asunto que nos concierne. La igualdad es el objetivo, pero fingir que convivimos como iguales AHORA MISMO es una ficción. Nos guste o no, llevamos a nuestras espaldas el peso de la historia cuando interactuamos de manera personal. La historia de la violencia machista es la historia de los cuerpos femeninos como campos de batalla en la lucha por el poder. Puñetazos, patadas, armas y amenazas de muerte solo son algunos de los métodos que se han puesto en práctica para asegurar el dominio sobre las mujeres y negarles autonomía, primero en casa y luego en el resto del mundo.

Teniendo en cuenta todo esto, nos equivocamos juzgando de manera negativa que un hombre pegue a una mujer porque él es físicamente más fuerte que ella, o porque las mujeres sean delicadas. Esta línea de pensamiento, aunque posicionada correctamente en el debate, lo está por los motivos equivocados, ya que refuerza el ideario patriarcal de que la protección ha de ser competencia estricta de los hombres.

No, la violencia machista es una lacra porque afianza una jerarquía de poder y es un método para asegurar la sumisión y garantizar el mantenimiento de la desigualdad a través del miedo.

Así que, si en algún momento dado empiezas a justificar estos actos, eres un misógino. Tenlo en cuenta mientras te recopilas la «totalidad de los hechos».

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Los hombres pueden ser feministas, pero se lo tienen que currar.

Del original de Katie McDonough en Salon, Men can be feminists but it’s actually really hard work

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2013 Sundance Portrait - Don Jon's Addiction

El feminismo es para todas porque el sexismo nos afecta a todas; sin embargo, muchos hombres se sienten cómodos en el statu quo.

La ley de los titulares de Betterbridge defiende que «cualquier titular en forma de pregunta puede ser respondido con un «no»». Sin embargo, este artículo del New York Times puede ser una honrosa excepción: « ¿Es posible ser hombre y feminista?», nos pregunta el autor Jack Flanagin, que se define como tal. La respuesta a esa pregunta es «sí», o más que eso, «venga ya, claro que sí, ¿estás de broma?».

Sin duda, es excelente que un periodista haga semejante pregunta, aunque falle al centrarse en individuos como Hugo Schwyzer —quien dispone de varias plataformas a través de las cuales escribir sobre los hombres y el feminismo mientras dedica su tiempo libre a atacar las vidas personales, académicas y profesionales de feministas negras y no blancas—. Jamil Smith subió un twitt  en el que anunciaba que puestos a mantener una conversación sobre hombres y feminismo, ¿por qué no hablar con hombres feministas? Lo que Smith pretende, creo, es abrir el debate sobre por qué nos hacemos tantas cábalas sobre si los hombres pueden ser feministas y tan pocas una vez se nos contesta afirmativamente a esa pregunta. ¿No nos pica ni un poquito la curiosidad?

El punto más persuasivo del artículo del Times se encuentra en el último párrafo, donde el autor Noah Berlatsky debate sobre el trabajo que exige ser un hombre feminista. «Es cierto que, en ocasiones, los hombres feministas, yo incluido, nos imaginamos como bravos aliados que altruistamente salvamos a las mujeres luchando en su nombre», atina Berlatsky, «pero las fantasías de hombres que salvan a las mujeres cual caballeros de cuento no son más que diferentes caras de la misoginia, y, en este caso en particular, terriblemente retrógadas. La misoginia nos enjaula a todas. Cuando me declaro hombre feminista, no lo hago porque creo que podré con ello salvar mujeres, sino porque considero importante que los hombres nos demos cuenta de que no seremos libres hasta que las mujeres también lo sean».

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Berlatsky llega a una conclusión importante en relación a la naturaleza de la justicia: es un proyecto con múltiples ramas, todas entrelazadas. En contraposición al trillado cliché de «madres, esposas e hijas» que suele centrar el debate sobre por qué los hombres deberían preocuparse por los derechos de las mujeres, Berlatsky defiende que los hombres deberían ser feministas particularmente porque las vidas de las mujeres de cualquier edad con las que nunca han tenido contacto y con las que nunca lo tendrán también son importantes. Y más en concreto, en una cultura que disuade a los hombres de construir y expresar su empatía, el propio hecho de que les importe algo más que una mierda alguien a quien no conoces, constituye en sí mismo un acto de subversión. Sin embargo, la idea de Berlatsky de que «la misoginia nos enjaula» también nos muestra otro argumento por el cual considero que los hombres pueden y deberían identificarse como feministas: los hombres han de enfurecerse por la violencia infligida contra las mujeres y por el sistema que las despersonaliza, pero circunscribir la relación de los hombres con el feminismo exclusivamente a la relación de los mismos con el estatus de las mujeres en el mundo solapa el hecho de que a los hombres también les afecta el patriarcado, las masculinidades tóxicas y el sexismo institucional y cultural sistémico.

Sin embargo, siempre van a existir grados y escalones; nunca me atreveré a decir lo contrario. Las normas culturales que nos encarcelan a las mujeres en el papel exclusivo de madres y cuidadoras significan también para nosotras un salario inferior al de nuestros compañeros hombres y que nuestras ambiciones personales y profesionales queden a expensas de los cuidados que tendremos que aplicar a nuestras u a otras personas. No obstante, estas normas también impiden que los hombres se cuestionen su masculinidad o que duden de su capacidad de quedarnos en casa a cuidar de nuestras hijas. Ambas cosas son gradualmente diferentes, pero ambas importan.

Lo mismo podemos decir del discurso hegemónico sobre agresiones sexuales. Las mujeres, de cualquier edad, copan las estadísticas de víctimas de agresiones sexuales, pero una cultura que taxativamente afirma que no hay víctimas de violación entre varones jóvenes adolescentes imposibilita que estas víctimas denuncien su situación. El núcleo de la cultura de la violación contiene conceptos destructivos sobre los derechos sexuales de los que gozan los hombres y es el responsable de que a las mujeres se las adjudique el papel de víctima durante toda su vida. Por otro lado, también alimenta la idea de que los hombres son seres sedientos de sexo, lo que provoca que aquellos que han sido víctimas de violación duden sobre si lo que les ha ocurrido constituye un delito o no. De hecho, para que esto se tipificara como delito, tuvo que pasar mucho, mucho tiempo. Estas mismas normas también favorecen que los hombres tengan distorsionado el concepto de deseo y satisfacción sexual. Aunque las más afectadas por la violencia que esto causa son las mujeres, los hombres también sufren su influencia.

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Hay miles de cosas que tenemos que preguntarnos en relación a cómo los hombres pueden ser feministas sin ostentar el núcleo del movimiento; tienen que ver sobre aprender a escuchar y a apoyar en vez de censurar y sabotear. Tiene que ver sobre cómo los hombres se llevan todos los elogios y alabanzas por hacer cosas básicas, cosas que se da por sentado que deberían hacer, como no agredir mujeres. También tiene que ver sobre cómo muchos hombres no se identifican como feministas porque están estrechamente implicados en el sostenimiento de un sistema —el patriarcado y el supremacismo blanco— que les beneficia. Y la idea de Berlatsky en lo que respecta a la delgada línea que separa el complejo salvador masculino y los hombres como fuerza social legítima capaz de efectuar un cambio social en positivo no tiene desperdicio. Podemos seguir dándole vueltas y vueltas a esto siempre y cuando reconozcamos que los hombres que se identifican como feministas no son meros animadores del movimiento feminista —más bien, lo que hacen es luchar contra los sistemas que les enseñan que escuchar es de maricas, que no deberían mostrarse emocionalmente, que los hombres heteros no pueden tener amistades íntimas con otros tipos, o que mira qué graciosas son las violaciones en la cárcel.

Que el feminismo tiene implicaciones para todo el mundo es algo que se ha expresado continuamente durante toda la historia del movimiento, y lo volví a recordar este fin de semana al leer una entrevista a la actriz Mackenzie Davis, quien dijo que no es capaz de entender cómo la palabra «feminismo» provoca tanto pavor en determinadas personas.

«El feminismo tiene como base las luchas raciales y de género, ambas conectadas interseccionalmente, por eso me confunde que algunas personas digan que es algo que no pueden apoyar», enunció en Times. «Creo que es una gran palabra».

Una opinión que comparten muchos hombres.

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Nota del traductor: no estoy muy de acuerdo en la manera en la que el artículo mezcla peligrosamente las opresiones patriarcales que sufren las mujeres y las que sufrimos los hombres. Como bien dice, no son equiparables. Pero acercarlas tanto puede dar lugar a que se equiparen o incluso a que se justifiquen.

Alternativas de género neutro para «novio» y «novia».

Del original del 23 de diciembre de 2013 en Everyday Feminism, Gender neutral alternatives to «boyfriend» and «girlfriend», de Maddie McClouskey

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No sé tú, pero a mí no me apetece nada en una conversación  tener que anunciar para luego explicar mi orientación sexual cuando es totalmente irrelevante en la interacción.

Estoy enamorada de mi mejor amiga. Es una mujer, como yo.

En muchas ocasiones, esta información es necesaria, pero te sorprendería la cantidad de veces en las que no lo es.

Si eres una persona no hetero a la que no le apetece entrar en detalle en un momento determinado o  una persona hetero que actúe en solidaridad con la comunidad LGBTQIA+, hacer uso de términos afectivos de género neutro puede ser muy útil.

Si eres bisexual, pansexual o fluida, pero tienes una relación aparentemente hetero, un término de género neutro te prevendrá de comentarios graciosos como «espera, espera, ¿no eras tú gay antes?»

Si tú o tu pareja os identificáis como genderqueer, trans, de género fluido o cualquier otra identidad no binaria, excluir el género de la ecuación hará que la gente menos informada lo entienda mejor.

Eres una persona que está saliendo con otras persona. ¿Creo que así lo entendemos todas, no?

Además de lo beneficioso que resulta para la comunidad LGBTQIA+, creo que hay palabras de género neutro que describen mejor  la naturaleza de tu relación que «novio» o «novia».

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De momento, aquí tenéis algunas opciones de género neutro que podéis usar en su lugar:

Cómplice

Aunque he oído el término cómplice de fechorías usado generalmente por parejas gay cisgénero de larga duración, esta distinción se ha quedado anticuada una vez que muchos lugares ya han legalizado el matrimonio homosexual.

No me solía gustar el término cómplice porque me recordaba a la mafia o al crimen.

Sin embargo, ahora que ya soy mayor y estoy muy feliz con mi relación, le he cogido el gusto, porque tengo un cómplice, así como una amante y una amiga monógama.

Amante

Si tienes un don para el dramatismo, he aquí una fantástica palabra.

Como lesbiana, suelo huir de esta palabra por sus connotaciones lujuriosas (y porque muchos miembros de mi familia constantemente se referían a mi novia de la universidad como mi «amante lésbica», y sí, sonaba tan raro como lo parece).

Sin embargo, si eres aficionada a la sensualidad y al melodrama, prueba a llamar a tu pareja amante.

Pareja

Me encanta este término porque es totalmente neutral.

No tiene la intensidad de una relación a largo plazo o connotaciones abiertamente sexuales implícitas, como en otros términos de género neutro que me he mencionado hasta ahora.

Sin embargo, aun contiene la connotación de particularidad, de que esa persona es importante en tu vida en cierto modo, y eso es fascinante.

Una variación de esto sería, «par», que significa lo mismo, pero es un calco del francés «paire». Sin embargo, solo creo haberlo oído una vez en una serie de parejas pijas.

Mirad que cortito a la vez que dulce, neutro y moderno que es. Del término francés beau. ¿A que os gusta?

Ah, pero los primeros noventa, además, nos deleitaron con esta joyita. De nada.

Sin embargo, si llamar a alguien «bó», no encaja con tu dialecto; o peor, suena como que te estás metiendo con el andaluz, evítalo.

Corres el peligro de sonar centralista, y dejarás de tener autoridad a partir de ahí.

Novie.

No, no se me ha ido la mano, «novie» es el término de género neutro entre las palabras «novio» y «novia» y un guiño al undécimo mes del año.

El uso de –e para crear palabras de género neutro es recurrente en círculos feministas donde se pone en práctica la no-monogamia.

Si te sientes identificada con él, ¡comienza a usarlo!

***

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Es obvio que este listado no es ni mucho menos exhaustivo, pero creo que merece que tanto tú como tu pareja lo comentéis para ver cómo os sentís con respecto al género neutro y la terminología afectiva. Que no te extrañe que sea un territorio totalmente virgen para tu pareja.

La típica pregunta que saldrá a colación será «¿por qué preocuparme sobre si decir novio/novia puede afectar a mi relación?»

Ciertos términos afectivos de género neutro tienen connotaciones más serias que los típicos «novio» y «novia».

Es una forma muy bonita de decirle al mundo e incluso a mi pareja que mi relación tiene visos de ser duradera (¡e incluso me da tiempo para ahorrar para mi alianza!).

El género neutro también puede dar una impresión de madurez, profesionalidad y puede facilitar a las demás la comprensión de nuestras relaciones.

Además, apuesto a que no quieres ser esa persona que da la chapa repitiendo una y otra vez lo de «mi novio/novia» hasta la náusea.

Si estás de acuerdo conmigo, seguramente preferirás usar diferente terminología según espacios.

Por ejemplo, en una charla casual con amigas o cuando estoy dando un monólogo en directo o en Twitter, prefiero referirme a mi pareja como «novia».

A ambas se nos lee relativamente como mujeres femeninas cis y estamos cómodas llamándonos «novias» en espacios en los que se nos acepta como pareja homosexual.

Sin embargo, hablando con gente mayor, contactos profesionales o personas muy religiosas, uso el término «pareja». Lo que no quiero es iniciar un debate sobre el matrimonio homosexual o hacer que alguien se sienta muy incómoda.

Normalmente, cuando mi pareja sale a colación en una conversación, es cuando tocamos temas nimios o irrelevantes en relación a mi orientación, como esa pulsera bonita que me regaló por mi veinte cumpleaños.

El uso regular de pronombres de género neutro puede ejemplarizar y ayudar a otras personas de tu entorno.

Por ejemplo, si te identificas como una persona dentro del ámbito queer (no hetero), alguien de tu familia puede que se sienta incómoda refiriéndose a tu pareja como «novio» o «novia». Esto vale por diez si eres joven, ya que tu familia se referirá a tu pareja como «amiga», aunque todo les indique que no es así. Puede resultar alienante y doloroso.

Si esto te suena demasiado a tu familia, seguramente quieres ampliar el debate más abajo, pero los términos de género neutro seguramente sean bastante digeribles para todo el mundo.

No quiero con esto excusar a la homofobia militante, pero si te posicionas como un adalid de la lucha LGBTQIA+, no puedes esperar que todo el mundo se apunte sin reparos a todo tipo de cambio, especialmente a aquellos relacionados con el género o el sexo.

Sean cuales sean tus razones, espero que esta lista te ayude. Sé que le falta mucho para estar terminada, así que, a partir de aquí, ya entras tú.

Habla con tus parejas y con tus amigas, a ver si puedes crear más términos de género neutro que añadir al listado y ponlos en los comentarios.

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