Un camello por el ojo de una aguja y el orden patriarcal. Errores de traducción de la Biblia que han dado forma al sistema en el que vivimos.

Original en «A CAMEL THROUGH THE EYE OF A NEEDLE, AND OTHER WILD TALES OF TRANSLATION«, por Stant Litore.

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Ayer volví a escuchar la famosa parábola del “camello a través del ojo de una aguja”, lo que me sirvió para reflexionar sobre los errores de traducción y el poder evocador del lenguaje. El camello y la aguja es uno de mis ejemplos favoritos al respecto de las diabluras que pueden llegar a cometer los falsos sentidos, también es para mí el más exquisito porque independientemente de lo mejor o peor que lo traduzcas, el sentido de la metáfora permanece imperturbable. Para quien no sepa el origen de la expresión, aquí va: lo más probable es que hace dos mil años el rabino Yeshua para los judíos, Jesucristo para los cristianos, les contara a sus discípulos que era más sencillo hilvanar un cabo (como uno de esos enormes cabos que se usaban para pescar en el Mar de Galilea) a través de una aguja que un rico entrara al reino de los cielos. Sin embargo, en arameo, la lengua del profeta en ese entonces y la lengua en la cual probablemente se redactaron los evangelios, “camello” y “cabo” se escribían de manera idéntica: “gml”. Al pronunciarse sonaban distinto, pero el arameo no solía usar vocales en el lenguaje escrito, por lo que algún copista muy riguroso dejó constancia de “gml” sin despeinarse. La cosa empieza a liarse aún más cuando aparecen los evangelios y empiezan a traducirse al griego koiné, la vertiente helenística de la lengua ática por aquel entonces. Resulta que en koiné “camello” y “cabo” TAMBIÉN comparten término, únicamente distinguibles en lengua escrita por una sola vocal que se pronuncia casi de manera idéntica. Camello es “kamelon” y cabo es “kamilon”. En latín y otras lenguas sucesoras y en inglés la diferencia es clara, cosa que no ocurre en arameo ni en griego, de tal manera que aunque ya es de por sí frustrante intentar atravesar un rugosa cuerda de pescar a través de una aguja, hemos crecido con la imagen de un enorme dromedario estrujado a través de una pequeña obertura de un instrumento de costura, así, con jorobas y todo, dejando en un apuro a todo aquel cuya cartera le rebose de billetes, pero de manera muy cómica en este caso.  Y todo por una vocal.

Lo gracioso de todo es que la enseñanza de la parábola permanece intacta en cualquier caso, además el uso de un camello encaja en el estilo de las enseñanzas de Jesús, quien echaba mano siempre que podía del humor o de la hipérbole.

Sin embargo, otros errores de traducción han tenido resultados más truculentos, como la traducción de “arsenokoites” como “homosexuales”, un absurdo falso sentido, ya que el griego usa un término distinto para el último. “Arsenokoite” es un cognado, un término con el mismo origen etimológico, pero con distinta evolución fonética, de“hombre” y “cama” cuyo significado se desconoce porque su uso es rarísimo. Se ha especulado con que fuera un término referente a gigolós o a la prostitución masculina, de manera errónea según pienso, porque al aparecer junto al término “malakós” (lujurioso) es probable que su significado haga más colorida referencia a una persona rica de vida disoluta y hedonista, de esas que lo pasan mal en el Nuevo Testamento, bastante peor que los camellos. “Malakós” se ha traducido erróneamente como “afeminado”, especialmente para reforzar la lectura de “arsenokoites” como “homosexuales”, pese a la existencia otro término para ello. El significado correcto de “malakós” es “amante de los lujos, ablandado  por una vida fácil entre algodones”, el cual en griego no tiene connotaciones de género pero que en latín se asoció como algo “femenino”. El mundo romano siempre tuvo problemas con eso del binario “afeminado/masculinizado” del cual hemos heredado tanto su lectura como su interpretación. No era este caso el del mundo helénico (que otros follones tenían, todo hay que decirlo), ya que no hay prueba alguna de que “malakoi arsenokoites” haga referencia a la orientación sexual, identidad de género, masculinidad o su falta. Aunque parezca que no, Grecia no era Roma: “malakoi arsenokoites” era esa gente adinerada amante de la buena vida que devoraba uvas sobre un diván mientras hacía caso omiso al sufrimiento de sus empobrecida conciudadanía. Es un tipo de error en el que el Antiguo Testamento cae demasiado a menudo, especialmente en pasajes que inspiran la mayor devoción. La opulencia, el lujo y la vida disoluta eran vicios para el mundo griego que se representaban de manera burlona y crítica. Los rascacielos de nuestras ciudades les hubieran hecho desternillarse.

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Otra caso es el de “ezer kenegdo”, traducido en occidente como “ayudante”, que en el siglo XVII hacía referencia a una  “pareja idónea”, pero que para nuestra visión actual se adecua más a una pareja “servicial” para describir el estatus de las mujeres con respecto a los hombres, el cual en hebreo solo significaba una pareja de la que recibir apoyo, sin referencia a jerarquías, ya que es el mismo término que se usaba para describir el estatus de Dios hacia la humanidad. También está el caso del uso de falso sentido de “kephalé” (cabeza) por autoridad (autoridad ya tiene otro término aparte) debido a una expresión latina heredada del mundo romano que no existía en griego (la palabra “cabeza” en latín significa líder, pero en griego únicamente significa “origen”, como la cabeza de una aguja, nada que ver con autoridad).

El falso sentido de “hupotassomenoi” como “subordinado” en el sentido de que las esposas han de supeditarse a sus maridos, cuando “hupotassomenoi” en griego en ningún momento hace referencia a una subordinación, ya que existe una palabra distinta para ello también. Hupotossomenoi tiene difícil traducción, significa algo así como “colocarse por debajo” en términos militares, en el momento del despliegue físico de tropas en posición de batalla, por lo que los romanos le dieron sin dudarlo esa connotación jerárquica. A Roma le encantaba eso, qué le vamos a hacer. Sin embargo, puesto en contexto, el término se usa en varios pasajes en los que el apóstol Pablo habla de los apuros de las mujeres cristianas con sus maridos no cristianos, de cómo encarar mundo juntos y de cómo hablar de su fe a sus maridos griegos o romanos que las consideran una propiedad (este es el tema de las Cartas a los corintios) o en otros pasajes en los que habla de ponerse la armadura de Dios y resistir al diablo (como en las Cartas a los efesios). Hay que recordar esas cartas tenían como objetivo socavar el poder establecido, no fortalecerlo, y proponer con ello una igualdad radical en las relaciones humanas. No perdamos de vista que la mayoría de la población cristiana del siglo primero en Europa eran mujeres, muy probablemente porque la enseñanza de que todos somos uno en Cristo era más difícil de digerir para los hombres del imperio romano que para las mujeres. Las cartas a los corintios hablan de los esposos no cristianos como gente vulnerable, parcialmente sedada y atada a las creencias del pasado, como soldados presos del fuego enemigo. Puesto en contexto, es posible que “hupotossomai” haga a referencia a que una mujer, como esposa, se despliegue para apoyar a su marido frente a un enemigo.

“Hupakoe”, que sigue traduciéndose como “obedecer”, especialmente usado  en el Antiguo Testamento no para parejas, sino para criaturas, no significa “obedecer”, sino “abrir los oídos”; es decir, se insta a la juventud a escuchar y aprender, no a obedecer ciegamente. La explicación de esto, de nuevo, es el contexto. El término aparece en cartas en las que se urge a la población más joven a que abandone las costumbres de sus padres y a sus regímenes opresivos para vivir de una manera totalmente nueva y radical, lo que abre la puerta a una época de conflicto multigeneracional entre familias griegas. De tal manera, en esa carta se pide a los padres que no enfurezcan a su descendencia y a sus hijos que presten toda la atención posible cuando ese conflicto se desate.

Y así un largo etcétera. Los textos originales tienen muchos más matices que sus traducciones; no obstante les pasamos un rodillo por tratarlos como textos latinos en lugar de como lo que son, una colección de textos de origen hebreo y griego. Cuando traduces textos subversivos y radicales a la lengua del imperio da la casualidad de que de repente todos esos textos pasan a ser imperiales también. También nos pasa que los intentamos leer como si la gente que los escribió los escribiera ahora, con nuestro contexto, figuras retóricas y miedos culturales, cuando sus miedos y figuras eran totalmente diferentes a las actuales y las cosas que nos preocupan ahora en esa época les hubieran resultado indiferentes.

Lo cual me lleva a considerar el poder de la palabra escrita. Como escritor reconozco que no soy parcial y creo en el poder de la escritura. Sin embargo, cuando hablamos de un libro sagrado traducido, retraducido, maltraducido, construido, deconstruido y reconstruido durante 2000 o 2500 años (si queréis algo más reciente, fijaos en las constituciones de algunos países) es difícil no llegar a la conclusión de que el tratamiento que le demos a un simple término puede dar forma a sistemas políticos y culturales al completo. Da miedito.

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