Los hombres pueden ser feministas, pero se lo tienen que currar.

Del original de Katie McDonough en Salon, Men can be feminists but it’s actually really hard work

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El feminismo es para todas porque el sexismo nos afecta a todas; sin embargo, muchos hombres se sienten cómodos en el statu quo.

La ley de los titulares de Betterbridge defiende que «cualquier titular en forma de pregunta puede ser respondido con un «no»». Sin embargo, este artículo del New York Times puede ser una honrosa excepción: « ¿Es posible ser hombre y feminista?», nos pregunta el autor Jack Flanagin, que se define como tal. La respuesta a esa pregunta es «sí», o más que eso, «venga ya, claro que sí, ¿estás de broma?».

Sin duda, es excelente que un periodista haga semejante pregunta, aunque falle al centrarse en individuos como Hugo Schwyzer —quien dispone de varias plataformas a través de las cuales escribir sobre los hombres y el feminismo mientras dedica su tiempo libre a atacar las vidas personales, académicas y profesionales de feministas negras y no blancas—. Jamil Smith subió un twitt  en el que anunciaba que puestos a mantener una conversación sobre hombres y feminismo, ¿por qué no hablar con hombres feministas? Lo que Smith pretende, creo, es abrir el debate sobre por qué nos hacemos tantas cábalas sobre si los hombres pueden ser feministas y tan pocas una vez se nos contesta afirmativamente a esa pregunta. ¿No nos pica ni un poquito la curiosidad?

El punto más persuasivo del artículo del Times se encuentra en el último párrafo, donde el autor Noah Berlatsky debate sobre el trabajo que exige ser un hombre feminista. «Es cierto que, en ocasiones, los hombres feministas, yo incluido, nos imaginamos como bravos aliados que altruistamente salvamos a las mujeres luchando en su nombre», atina Berlatsky, «pero las fantasías de hombres que salvan a las mujeres cual caballeros de cuento no son más que diferentes caras de la misoginia, y, en este caso en particular, terriblemente retrógadas. La misoginia nos enjaula a todas. Cuando me declaro hombre feminista, no lo hago porque creo que podré con ello salvar mujeres, sino porque considero importante que los hombres nos demos cuenta de que no seremos libres hasta que las mujeres también lo sean».

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Berlatsky llega a una conclusión importante en relación a la naturaleza de la justicia: es un proyecto con múltiples ramas, todas entrelazadas. En contraposición al trillado cliché de «madres, esposas e hijas» que suele centrar el debate sobre por qué los hombres deberían preocuparse por los derechos de las mujeres, Berlatsky defiende que los hombres deberían ser feministas particularmente porque las vidas de las mujeres de cualquier edad con las que nunca han tenido contacto y con las que nunca lo tendrán también son importantes. Y más en concreto, en una cultura que disuade a los hombres de construir y expresar su empatía, el propio hecho de que les importe algo más que una mierda alguien a quien no conoces, constituye en sí mismo un acto de subversión. Sin embargo, la idea de Berlatsky de que «la misoginia nos enjaula» también nos muestra otro argumento por el cual considero que los hombres pueden y deberían identificarse como feministas: los hombres han de enfurecerse por la violencia infligida contra las mujeres y por el sistema que las despersonaliza, pero circunscribir la relación de los hombres con el feminismo exclusivamente a la relación de los mismos con el estatus de las mujeres en el mundo solapa el hecho de que a los hombres también les afecta el patriarcado, las masculinidades tóxicas y el sexismo institucional y cultural sistémico.

Sin embargo, siempre van a existir grados y escalones; nunca me atreveré a decir lo contrario. Las normas culturales que nos encarcelan a las mujeres en el papel exclusivo de madres y cuidadoras significan también para nosotras un salario inferior al de nuestros compañeros hombres y que nuestras ambiciones personales y profesionales queden a expensas de los cuidados que tendremos que aplicar a nuestras u a otras personas. No obstante, estas normas también impiden que los hombres se cuestionen su masculinidad o que duden de su capacidad de quedarnos en casa a cuidar de nuestras hijas. Ambas cosas son gradualmente diferentes, pero ambas importan.

Lo mismo podemos decir del discurso hegemónico sobre agresiones sexuales. Las mujeres, de cualquier edad, copan las estadísticas de víctimas de agresiones sexuales, pero una cultura que taxativamente afirma que no hay víctimas de violación entre varones jóvenes adolescentes imposibilita que estas víctimas denuncien su situación. El núcleo de la cultura de la violación contiene conceptos destructivos sobre los derechos sexuales de los que gozan los hombres y es el responsable de que a las mujeres se las adjudique el papel de víctima durante toda su vida. Por otro lado, también alimenta la idea de que los hombres son seres sedientos de sexo, lo que provoca que aquellos que han sido víctimas de violación duden sobre si lo que les ha ocurrido constituye un delito o no. De hecho, para que esto se tipificara como delito, tuvo que pasar mucho, mucho tiempo. Estas mismas normas también favorecen que los hombres tengan distorsionado el concepto de deseo y satisfacción sexual. Aunque las más afectadas por la violencia que esto causa son las mujeres, los hombres también sufren su influencia.

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Hay miles de cosas que tenemos que preguntarnos en relación a cómo los hombres pueden ser feministas sin ostentar el núcleo del movimiento; tienen que ver sobre aprender a escuchar y a apoyar en vez de censurar y sabotear. Tiene que ver sobre cómo los hombres se llevan todos los elogios y alabanzas por hacer cosas básicas, cosas que se da por sentado que deberían hacer, como no agredir mujeres. También tiene que ver sobre cómo muchos hombres no se identifican como feministas porque están estrechamente implicados en el sostenimiento de un sistema —el patriarcado y el supremacismo blanco— que les beneficia. Y la idea de Berlatsky en lo que respecta a la delgada línea que separa el complejo salvador masculino y los hombres como fuerza social legítima capaz de efectuar un cambio social en positivo no tiene desperdicio. Podemos seguir dándole vueltas y vueltas a esto siempre y cuando reconozcamos que los hombres que se identifican como feministas no son meros animadores del movimiento feminista —más bien, lo que hacen es luchar contra los sistemas que les enseñan que escuchar es de maricas, que no deberían mostrarse emocionalmente, que los hombres heteros no pueden tener amistades íntimas con otros tipos, o que mira qué graciosas son las violaciones en la cárcel.

Que el feminismo tiene implicaciones para todo el mundo es algo que se ha expresado continuamente durante toda la historia del movimiento, y lo volví a recordar este fin de semana al leer una entrevista a la actriz Mackenzie Davis, quien dijo que no es capaz de entender cómo la palabra «feminismo» provoca tanto pavor en determinadas personas.

«El feminismo tiene como base las luchas raciales y de género, ambas conectadas interseccionalmente, por eso me confunde que algunas personas digan que es algo que no pueden apoyar», enunció en Times. «Creo que es una gran palabra».

Una opinión que comparten muchos hombres.

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Nota del traductor: no estoy muy de acuerdo en la manera en la que el artículo mezcla peligrosamente las opresiones patriarcales que sufren las mujeres y las que sufrimos los hombres. Como bien dice, no son equiparables. Pero acercarlas tanto puede dar lugar a que se equiparen o incluso a que se justifiquen.

2 comentarios en “Los hombres pueden ser feministas, pero se lo tienen que currar.

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