¡Sorpresa! Eres una TERF si…

Original por Cristan Williams (@cristanwilliams) en TransAdvocate, You might be a TERF If…

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Me he venido dando cuenta desde hace tiempo que existe cierta confusión sobre lo que significa el acrónimo TERF* (Trans-Exclusionary Radical Feminist; Feminista Radica Trans-Excluyente), así que aquí va una breve guía para ayudaros a averiguar si sois TERFs. Hay posibilidades de que lo seas si te crees feminista y a la vez…

1) Defiendes que las mujeres trans son en realidad hombres cis, que los hombres trans son mujeres cis y malgenerizas adrede a la gente trans.

2) Sacas del armario a personas trans ante sus jefes.

3) Les dices a las mujeres trans que las cirugías a las que se han sometido promueven la cultura de la violación.

4) Aseguras que las mujeres trans que se definen como lesbianas no pueden serlo.

5) No te avergüenzas de decir que viviríamos mejor en un mundo sin mujeres trans. (1)

6) Tus argumentos transantagonistas y los de los grupos de extrema derecha coinciden. (2)

7) Aseveras que el privilegio cis no existe; es deicr, que la gente cisgénero no ostenta un privilegio en una sociedad hostil a la gente trans.

8) Sostienes que el género es una ficción, pero que el binario “hombres biológicos” y “mujeres biológicos” es tan real como el aire que respiramos.

9) Reivindicas que las operaciones quirúrgicas a las que se somete la gente trans aparecieron de la mano de hombres como servicio al patriarcado. (3)

10) Mientes sobre amenazas de muerte y violación que has recibido de personas trans.

11) Difamas sobre el miedo que te da que las mujeres trans planteen un riesgo de violación y a violencia a las mujeres cis en los aseos femeninos.

12) No te cortas en decir que las personas trans transitan para satisfacer sus deseos sexuales.

13) Degradas y deshumanizas los genitales de las personas trans.

14) Trabajas para derribar protecciones legales de las que disfruta la gente trans.

15) Te aplicas en vetar el acceso de las personas trans al sistema médico.

16) Generalizas a todo el colectivo si tuviste una mala experiencia con una persona trans.

17) Comparas las transiciones con procesos similares al de Frankenstein.

18) Tienes claro que las personas trans transitan debido a presiones políticas o sociales. (4)

19) Llamas empoderamiento a tu trabajo para frenar la propagación de estereotipos antifeministas pero llamas censura a cuando las personas trans luchan por detener la propagación de estereotipos transantagonistas.

20) Para ti, las mujeres trans transitan porque en realidad son hombres homosexuales y que los hombres trans hacen lo propio porque son lesbianas que quieren huir de las imposiciones patriarcales.

21) Amenazas a organizaciones de feminismo radical de verdad con asesinar a sus componentes transgénero y te presentas armada a eventos radfem.

22) Agredes a feministas por proteger a mujeres trans de una redada TERF.

23) Hostigas a una pareja de lesbianas con una criatura trans y luego amenazas a esta con un cuchillo.

24) Amenazas de tal manera a una feminista radical, lesbiana y butch que esta decide poner en marcha su propio festival de música inclusivo para mujeres.

25) Intimidas a un grupo de mujeres trans con violencia física, lo que las acaba conminando a poner en marcha el espacio conocido como “Camp Trans” en protesta.

26) Fomentas las leyes que recortan el acceso de la gente trans a los aseos que les corresponden por género no asignado porque crees que es algo “en favor de las lesbianas”.

27) Te pispas de que los republicanos del Tea Party promueven tu retórica TERF.

28) Extiendes propaganda ultraderechista para sustentar tu odio porque, según tú, esa gente es la única que se puede considerar ideológicamente aliada.

29) Te percatas de que grupos integristas de extrema derecha defienden tus argumentos.

30) Apelas a los “olores vaginales” como esencia de diferenciación sexual que delimitan un estatus sexual genuino (¿), de tal manera que a tu juicio las mujeres trans no son mujeres de verdad porque las vaginas de estas mujeres despiden olores demasiado fuertes que causan “problemas sensitivos” mientras al mismo tiempo a otras les pasa lo contrario, por lo que, siempre según tu criterio, una mujer trans no podrá saber nunca (porque las mujeres cis sí lo saben, al parecer) lo que es tener una “vagina grande, peluda y olorosa”.

Bonus track: intentas fingir que el término “TERF”, popularizado en 2008 por un grupo feminista radical inclusivo para diferenciarse como tal de otros grupos del mismo cuño pero con un discurso transantagonista, se acuñó por parte de la comunidad trans con el objetivo de difamar el feminismo.

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Si queréis saber a qué suena una TERF, por favor, consultad la #lógicaTERF aquí.

Y con todo, ¿qué es el feminismo?

Me mostraré inequívoca con mis palabras: creo firmemente que las vidas de las personas transgénero, incluyendo aquellas que ya han transitado, son reales y genuinas. Deberíamos homenajear a estas personas, no ponerlas en cuestión. Las decisiones sobre su salud deberían ser suyas y nada más que suyas. Lo que redacté hace décadas no es fiel reflejo de lo que hoy día sabemos, pues nos alejamos de las categorías binarias de lo “masculino” y lo “femenino” y zambullimos nuestra vivencia en un continuo de identidades y expresiones plenamente humanas.

El trabajo con población transexual y los estudios sobre la formación de la identidad de género en menores nos han provisto de una información básica que echa por tierra el concepto de que existen dos sexos biológicos distintos. Estas ideas amenazan con transformar la biología tradicional relativa a las diferencias sexuales en una biología radical sustentada semejanzas sexuales… Toda persona transexual tiene derecho a someterse a una operación de cambio de sexo, y la comunidad debería proveérsela como derecho. 

  • Andrea Dworkin, feminista radical de vanguardia y activista.

Esta sociedad, dominada por los hombres, nos ha definido a las mujeres como un grupo biológico indistinto, sin posibilidad de remisión. Si esto en algún momento nos hubiera dirigido hacia la emancipación, ya seríamos libres… Para mí, ser mujer es algo político. No se me habría ocurrido decir esto hasta hace poco, ni siquiera me habría decidido a trabajar sobre ello; sin embargo, en los últimos años ha habido mucho debate sobre si las mujeres trans son en realidad mujeres… Siempre he pensado que no me importa la manera en la que una persona llega a ser mujer u hombre; no me importa, de verdad. Eso forma parte de su particularidad, de su singularidad, como la del resto. Quienquiera que se identifique como mujer, quiera ser una mujer y se presente como mujer, hasta donde llega mi entendimiento, es una mujer.

  • Catharine MacKinnon, feminista radical de vanguardia y activista.

La idea de que el feminismo radical verdaderamente revolucionario es el transinclusivo es una verdad como un templo. Honestamente, no entiendo cómo o por qué un sector del feminismo radical defiende teorías esencialistas de “casta sexual” basadas en conceptos biológicos y sexuales en lugar de la teoría de “clases sexuales”, como indicaron Wittig, Andrea y MacKinnon. ¿Se puede reformular el feminismo radical para que su transinclusividad, algo que le es consustancial, quede más en evidencia? Espero que sí. 

  • John Stoltenberg, feminista radical y activista.

 

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Es muy común que la ideología TERF de las autodenominadas “RadFem se encuentren con homólogos ideológicos como las de las viñetas.

*En los últimos años, la comunidad trans hemos dejado de hablar de las TERF como RadFems. Nuestros motivos han sido que existen una gran cantidad de feministas radicales, de segunda ola o separatistas lésbicas que consideran horrendas para el feminismo las conductas de las que he hablado antes. Como muestra de respeto a las RadFems auténticas, la comunidad trans ha dejado de equiparar la identidad de estos grupos radicales con la de las facciones de odio de algunos de ellos. De esta manera, usamos el término feminista, Trans Exclusionary Radical Feminists, Feministas Radicales Transexclusivistas o TERFs para distinguir a estos sectores de odo del resto del feminismo radical en general o de feministas transinclusivas como Andrea Dworkin y Catharine MacKinnon.

(1) Se esperan que nos sorprendamos al ver las estadísticas de los asesinatos que sufren, y no se dan cuenta de que algunas de nosotras desearíamos que acabaran con TODOS.

  •  BevJo, opinadora TERF, autora y oradora.

(2) Aun cuando hay mucha gente que cree que la moralidad debe construirse en torno a la ley, yo creo que la eliminación del transexualismo no se conseguirá con que la legislación prohíba los tratamientos y cirugías transexuales sino con que lo limite y rebaje el apoyo otorgado al fomento de estereotipos de los roles sexuales, el principal causante del problema. Toda legislación debe orientarse a las condiciones sociales que iniciaron y promovieron en primer lugar la cirugía y el crecimiento del complejo médico-institucional que trasladó esos estereotipos a carne y hueso.

  • Janice Raymond (1980), “Technology on the Social and Ethical Aspects of Transsexual Surgery, opinadora TERF, autora y oradora.

(3) Hay ahora mismo una cosa que me confunde, y es que cuando presencio un debate legislativo en la Cámara de los Lores,suelo coincidir en su mayor parte con las posiciones de extrema derecha. Particularmente, con la persona con la que más estoy de acuerdo en esto,aunque no creo que le haga mucha gracia darse cuenta de ello, es Norman Tebbit… Tebbitt también habla de la salvaje mutilación del transgenerismoDe ocurrir en  culturas ajenas a las de las Islas Británicas, diríamos que se trata de una práctica cultural totalmente nociva, y que cómo es que no nos damos cuenta de ello aquí, en nuestra propia casa.

  • Sheila Jeffreys, doctora, académica y autora TERF, durante un discurso en la Conferencia en homenaje a Andrea Dworkin en el Centro de Estudios de Justicia de la Universidad de Oxford.

(4) [La cirugía de reasignación de género] se parece a la política psiquiátrica de la Unión Soviética. Me refiero que el transexualismo debería verse a través de este prisma, como una agresión médica a los derechos humanos con tintes claramente políticos. La mutilación de cuerpos sanos y la sujeción de estos cuerpos a un tratamiento de corte tan peligroso viola el derecho de estas personas a vivir con dignidad en el cuerpo en el que nacieron, el cuerpo que Janice Raymond llama “nativo”. Es un ataque al cuerpo rectificar una condición política, una insatisfacción “de género” en una sociedad machista basada en una noción de diferencia de género falsa y construida políticamente… Obras recientemente publicadas sobre el transexualismo en las comunidades lésbicas muestran claros lazos del mismo con las prácticas sadomasoquistas.

  • Sheila Jeffreys

Que quede claro que la propia comunidad de Jeffrey, “Australian Lesbians”, fue pionera en la cirugía de reasignación en Australia.

Mi conclusión más importante es que el transexualismo es básicamente un problema social cuya causa no puede ser explicada excepto en términos de los roles sexuales e identidades que genera la sociedad patriarcal. A través de tratamientos quirúrgicos y hormonales, los transexuales renuncian a sus cuerpos “nativos”, especialmente a sus órganos sexuales, en pos del cuerpo y de los órganos sexuales del sexo opuesto. Lo hacen principalmente porque su cuerpo y genitalidad encarnan principalmente la esencia de su masculinidad rechazada y su feminidad deseada. De esta manera, el transexualismo se presenta como el resultado de definiciones socialmente prescritas sobre masculinidad y feminidad, una de las cuales el transexual rechaza para bascular hacia la otra. De esta manera, en el capítulo III argumento que la Primera Causa del Transexualismo es una sociedad definida por el género cuyas normas de masculinidad y feminidad generan el deseo de transexualizarse… Creo que el primer motivo para ello no puede derivarse de actitudes y/o conductas intrapsíquicas o incluso de procesos de condicionamiento familiar, sino de los roles de una sociedad definida por el género (lo cual, en un sentido aristotélico, dispara el resto de causas).

  • Janice Raymond (1979), El Imperio Transexual, p. 16.

Un número significativo de hombres trans son lesbianas que anuncian que quieren transitar en un intento de huir de la misoginia, tanto de su versión más interiorizada como la de la sociedad. Un número significativo de mujeres trans son hombres homosexuales, presionados a tarnsitar por una sociedad conservadora que odia la disconformidad de género de estos hombres.

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Feminismo islámico: combatir la discriminación a través de la fe

Original por Collen Boland en Your Middle East, Islamic Feminism: fighting discrimination, inspired by faith.

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Es un argumento común entre muchos grupos, incluidas las feministas, académicos y prensa, el que defiende que los sistemas legales de Oriente Medio codifican la desigualdad de género con arreglo a los preceptos del Islam.  El derecho islámico es común en muchos de los sistemas judiciales y constituciones de la región, ya que muchos de sus códigos legales y textos constitucionales son una amalgama de leyes civiles de inspiración europea y preceptos de la sharia.

Queda en evidencia que muchos de estos sistemas no garantizan la protección de las mujeres frente a la discriminación, como reconocen internacionalmente las Naciones Unidas y otras organizaciones de derechos humanos a través de marcos legales internacionales.

Se suele hablar de uno de los principios de la sharia, el quiwama, o la autoridad del hombre sobre la mujer, como el responsable del marco que subyace bajo toda esta legislación discriminatoria. El derecho familiar y las leyes sobre estado civil son las muestras más evidentes de estas desigualdades, argumentan críticos.

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Sin embargo, existen al mismo tiempo voces que reclaman lo contrario: que el Islam no es la raíz de la desigualdad de género. Bajo la categoría de feministas islámicas, muchas mujeres luchan en pos de legislaciones más favorables y de los derechos de las mujeres en general.

En lugar de colocar al Islam como el germen de toda discriminación contra las mujeres, las feministas islámicas acusan a los hombres de Estado y a las élites, a los líderes que manipulan el Islam para favorecer sus propios fines políticos, sometiendo a opresión a amplios segmentos sociales, incluido el de las mujeres.

Las feministas islámicas abrazan su fe, cultura y tradición y a su vez reclaman cambios sociales seculares y de interpretación de las escrituras que muestren una aproximación más moderna al papel de las mujeres en la sociedad. No pretenden eliminar el Islam de la esfera pública, de hecho, reivindican que su lucha por las mujeres nace de su misma fe.

«Un acercamiento académico feminista al Islam, así como a otras tradiciones religiosas, tiene mucho que ofrecer tanto al entendimiento de la religión como a la búsqueda de la justicia. Las feministas islámicas aseguran que los principios de la sharia, como el qiwama, pueden interpretarse de distintas maneras, pero que a lo largo de la historia élites masculinas han hecho uso de la ley y la han interpretado para satisfacer sus propios fines», nos explica Ziba Mir Hosseini, una de las catedráticas, musulmana y feminista, de más renombre.

Los orígenes del derecho islámico se remontan a la huida de la Meca a Medina del profeta Mahoma en el año 622 de nuestra era. Tras la muerte del Profeta, esta ley comenzó a desarrollarse en base a interpretaciones de autoridad, o itjihad, de textos como el Corán o la palabra del Profeta en la Sunna. A partir de aquí han surgido cuatro escuelas de filosofía del derecho islámico dentro de la tradición suní: Maliki, Hanafi, Shafi’i y Hanbali, y otras tantas en la tradición chií.

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¿Cómo buscan el cambio las feministas islámicas? A través de múltiples vías: modificaciones legales, legislativas, de burocracia y del sistema judicial y a través de acciones para ponerle coto a la discriminación femenina. Una de ellas implica luchar por la implantación de interpretaciones judiciales de escuelas de filosofía del derecho que estén más cercanas a los intereses de las mujeres, como la Hanbali o la Maliki.

Una medida que luchan por instaurar es la aprobación de una ley federal que establezca una edad mínima de matrimonio para las chicas, para que los jueces más tradicionalistas se vean cohibidos a la hora de aprobar el matrimonio de una mujer muy joven.

Muchas feministas islámicas luchan codo con codo con sus camaradas seculares actuando como voces críticas contra los actuales códigos legales, especialmente los concernientes  a la familia y las leyes de estado civil, concretamente las de divorcio, herencia y tutela infantil, por todo Oriente Medio.

Esta aproximación feminista tiene sus voces críticas. Una de ellas proclama que el feminismo islámico y sus intentos de conciliar Islam y feminismo dividen el movimiento y reduce la efectividad que su lucha pueda tener a la hora de conseguir cambios de manera real y rápida.

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Sin embargo, otras reconocida académica, musulmana y feminista, Leila Ahmed, aclara que «las feministas de toda religión o entorno religioso han debatido desde siempre sobre las fuentes de su opresión como mujeres. ¿Es el patriarcado, la religión, el racismo, el imperialismo, la opresión de clase o una venenosa mezcla de todas las anteriores? Todas ellas difieren en sus soluciones, así como de contra cuál tenemos que luchar en primer lugar para liberarnos.»

Así que, siendo las feministas un colectivo que lucha por los derechos de una gran parte de la población, no ha des sorprendernos que sus estrategias y razonamientos sean complejos y en ocasiones difieran. Probablemente  otorguemos más dignidad a nuestros derechos reconociendo nuestras distintas convicciones como mujeres y respetando el derecho de estas a perseguir sus intereses y luchar contra su opresión de la manera que represente su propia identidad mejor y más honestamente.

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La masculinidad está matando a los hombres: la construcción del hombre y su desarraigo

Original por Kali Halloway en Alternet, Masculinity is Killing Men: The Roots of Men and Trauma.

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Nota: este artículo se refiere mayoritariamente a experiencias cis.

Damos comienzo al proceso de convertir a los niños en hombres mucho antes del fin de la infancia.

Las tres palabras más dañinas que todo hombre recibe en su niñez es cuando se le emplaza a “ser un hombre” — Joe Ehrmann, entrenador y antiguo jugador de la NFL (Liga Profesional de Fútbol Americano).

No nos engañemos, sabemos desde hace tiempo que muchos hombres están muriendo por culpa de la masculinidad. Mientras que la construcción de lo femenino nos exige a las mujeres ser delgadas, bellas, serviciales y al mismo tiempo, en un precario equilibrio, virginales y follables, la construcción de lo masculino obliga a los hombres demostrar y redemostrar constantemente que, bueno, son eso: hombres.

Ambos conceptos son destructivos pero si nos atenemos a las estadísticas, el número de hombres incluidos y afectados y su, comparativamente, exigua esperanza de vida dan prueba de que la masculinidad es una asesina más efectiva, neutralizando a sus objetivos de manera más rápida y en mayores números. El número de víctimas atribuibles a la masculinidad versan en torno a sus manifestaciones más específicas: alcoholismo, adicción al trabajo y violencia. Aunque no maten explícitamente, sí provocan una especie de muerte espiritual, causando trauma, disociación e, inconscientemente, depresión. (Estos elementos empeoran si nos movemos en términos de raza, clase, orientación sexual y otros factores de opresión, pero concentrémonos en la primera infancia y en la socialización adolescente de manera global.) Citando a la poeta Elizabeth Barret Browning: “no es en la muerte donde los hombres en su mayoría fenecen”. Y, para muchos, el proceso comienza mucho antes de llegar a la adultez.

La emocionalmente dañina masculinización comienza antes de la adolescencia para muchos chicos, en la más tierna infancia. El psicólogo Terry Real, en su libro I Don’t Want to Talk About It: Overcoming the Secret Legacy of Male Depression (No quiero hablar de ello: superar el secreto legado de la depresión masculina) de 1998, desmenuza varios estudios en los que se nos explica que padres y madres, inconscientemente, proyectaron en las criaturas una especie de “masculinidad” innata, y, por tanto, una menor necesidad de confort, protección y afecto justo tras haberse producido el alumbramiento y pese a que los bebés no poseen comportamientos categorizables por género. De hecho, los bebés suelen comportarse de maneras que nuestra sociedad define como “femeninas”. Como Real nos expone: las criaturas llegan a este mundo con una dependencia, expresividad y emociones idénticas, y con el mismo deseo de afecto físico. En los primeros estadios de la vida, todas las criaturas se ciñen más a lo que estereotípicamente se define como femenino. De existir alguna diferencia, está precisamente en los asignados hombres, más sensibles y expresivos que sus pares femeninas. Lloran más a menudo, parecen más frustrados y muestran más enfado cuando la persona al cargo de sus cuidados abandona la sala.

Tanto padres como madres se imaginaron diferencias inherentes al sexo de sus criaturas, asignadas un género u otro. Aunque los especialistas sanitarios se encargaron de medir su peso, tamaño, nivel de altura y fortaleza, los progenitores informaron mayoritariamente que las criaturas asignadas mujeres eran más delicadas y “dulces” que las asignadas hombres, a los que imaginaban más grandes y, por lo general, más “fuertes”. Cuando se ofreció a un grupo de 204 adultos un visionado de la misma criatura llorando y se le entregó a cada persona información distina sobre el género asignado de la criatura,  adjudicaron a la criatura “hembra” una actitud miedosa, mientras que a la criatura “macho” la describieron como “colérica”.

De manera intuitiva, estás diferencias perceptivas provocan a su vez diferencias correlativas en el cuidado parental que posteriormente se acaba aplicando a estas criaturas ya asignadas hombre. En palabras del personal al cargo del estudio: “parecería razonable asumir que una criatura a la que se considera asustada reciba más cariño que una que parece enfadada”. Esta teoría se ve reforzada por otros estudios que cita Real. Todos coinciden en que “en el momento del nacimiento, a las criaturas asignadas hombre se les habla menos que a las asignadas mujer, se les reconforta menos, se les alimenta menos”. En resumidas cuentas, los recortes emocionales hacia nuestros hijos comienzan en el mismo umbral de su vida, en el momento más vulnerable de la misma.

Es este un patrón recurrente a través de toda la infancia y adolescencia. Real hace referencia a un estudio en el cual se nos muestra que tanto madres como padres pusieron énfasis en los “logros y competitividad de sus hijos”, y les enseñaron a “controlar sus emociones”, o lo que es lo mismo, instruir tácitamente a los chicos a ignorar o minimizar sus necesidades o deseos emocionales. De manera similar, tanto padres como madres son más estrictas hacia sus hijos, actuando presumiblemente bajo la premisa de que “pueden con ello”. Beverly I. Fagot, la fallecida investigadora y autora de The Influence of Sex of Child on Parental Reactions to Toddler Children (La Influencia del género de las criaturas preadolescentes ante reacciones parentales), descubrió que tanto padres como madres ofrecían estímulo positivo a sus criaturas ante las muestras de comportamiento “cis” (opuesto a un comportamiento “trans”). Progenitores que explícitamente se mostraban partidarias de la igualdad de género ofrecían, por el contrario, más respuestas positivas a sus hijos cuando jugaban con Legos y más respuestas negativas a sus hijas cuando mostraban actitudes “deportivas”. Se premiaba más los momentos de juego sin vigilancia parental, o “logros individuales” a los chicos y se mostraban más respuestas positivas a las chicas cuando estas requerían ayuda. Como norma, estos progenitores ignoraban el papel activo que estaban jugando en la socialización de sus hijos con arreglo a roles de género. Fagot incluye que todas estas personas adultas afirmaron que educaban de manera ecuánime a sus criaturas, sin prestar atención a su género asignado, una afirmación rebatida totalmente por las conclusiones del estudio.

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Sin duda, estas prontas lecciones transmiten mensajes nefastos tanto a niños como a niñas, con consecuencias irreparables. Sin embargo, mientras que , como afirma Terry Real, “a las chicas les está permitido conservar la expresividad emocional y cultivar la conectividad”, a los chicos se les educa para eliminar esas emociones e incluso se les inculca que su masculinidad depende casi exclusivamente de ello. Muy a pesar de esta realidad carente de lógica, nuestra sociedad ha abrazado completamente el concepto de que la relación entre virilidad y masculinidad es, de algún modo, fortuita y precaria, y se ha tatuado a fuego el mito de que “los chicos habrán de convertirse en hombres… que los chicos, en oposición a las chicas, deben alcanzar la sagrada masculinidad”.

Nuestros pequeños naturalizan estas ideas desde una pronta edad; debatiendo con Real, me informó de estudios que sugieren que estos jóvenes comienzan a ocultar sus sentimientos desde los 3 o los 5 años. “No es que posean menos emociones, es que ya van aprendiendo las reglas del juego: que mejor no las muestren”. Los chicos, según el imaginario popular, se convierten en hombres no solo creciendo, sino siendo sometidos a toda esta socialización. Sin embargo, Real también añade algo que para chicos cis puede parecer obvio: “no necesitan que nadie les haga hombres, ya lo son. Los chicos no necesitan desarrollar su masculinidad”.

Es inconmensurable la influencia de imágenes y mensajes sobre masculinidad implícitos en nuestros medios de comunicación. Miles de series y películas lanzan propaganda a los jóvenes (y a todo el mundo, en realidad) no tanto sobre cómo hombres (y mujeres) ya somos sino cómo deberíamos ser. Aunque hoy día existe mucho material académico sobre la representación de la mujer en los medios de comunicación y también existen miles de análisis deconstructivos de sus perniciosos efectos gracias a feministas, no existe tanto análisis sobre las construcciones masculinas en los mismos. Aun así, reconocemos claramente las características que mediáticamente se valoran entre los hombres en películas, televisión, videojuegos, tebeos, etc.: fortaleza, valor, independencia, la habilidad de proveer y proteger.

Mientras que las representaciones masculinas se han complejizado, se han hecho más variadas y humanas en estos últimos años (ya hace tiempo de El Sargento de Hierro y del arquetipo de Supermán), aún permanece ese privilegio de algunas características “masculinas” sobre otras. En palabras de Amanda D. Lotz en su libro de 2014, Cable Guys: Television and Masculinities in the 21st Century, Chicos de antena: televisión y masculinidades en el siglo XXI, aunque las representaciones masculinas en los medios se han diversificado, “la narración, por otra parte, ha llevado a cabo una importante labor ideológica apoyando de manera constante a personajes masculinos construidos desde el heroísmo o la admiración, denostando al resto. De esta manera, aunque las series de televisión han ampliado su muestra de tipos de hombre y masculinidades, han conservado su “preferencia” o “predilección” por un tipo de masculinidad cuyos atributos se idealizan constantemente.

Conocemos de sobra a este tipo de personajes que se repiten hasta la saciedad. Son los héroes de acción indomables, los psicópatas folladores de Grand Theft Auto, los padres de sitcom alérgicos al trabajo doméstico casados inexplicablemente con bellísimas esposas, los veinteañeros porretas sin oficio ni beneficio que se las apañan para ligarse a la tía buena al final; y, aún, el férreo Superman. Incluso el sensible y amoroso Paul Rudd de algún modo se “masculiniza” antes de los títulos de crédito de sus películas. Es importante reseñar aquí que un estudio de Antiviolencia en televisión concluyó que, de media, los hombres de 18 años en Estados Unidos ya han visionado 26.000 asesinatos en pantalla, “la mayoría de ellos, cometidos por otros hombres.” Añadid ahora estos números a la violencia en el cine u otros medios y las cifras son astronómicas.

Shell shocked soldier, 1916

La pronta anulación de los sentimientos en los chicos y nuestra insistencia colectiva para que permanezcan en ese camino han traído como consecuencia el cisma entre ellos y sus sentimientos  y entre ellos mismos y sus yos más vulnerables.  La historiadora Stephanie Coontz ha llamado a esto la “mística masculina”. Deja a las pequeñas criaturas asignadas hombre y posteriormente, a los hombres adultos, desmembrados emocionalmente, con pánico a mostrar debilidad y la mayoría de las veces incapaces de acceder satisfactoriamente, reconocer o enfrentarse a sus sentimientos.

En su libro, Why Men Can’t Feel (El porqué de la asensibilidad masculina), Marvin Allen afirma que “estos mensajes animan a los chicos a ser competitivos, a centrarse en los logros externos, depender de su intelecto, soportar el dolor físico y reprimir sus sentimientos de vulnerabilidad. Cuando alguno de ellos viola el código, lo común es humillarle, ridiculizarle o avergonzarle.” El cliché cultural sobre los hombres totalmente disociados de sus sentimientos no tiene nada que ver con la virilidad, más bien es el indicativo de unos códigos de conducta religiosamente transmitidos, en su mayoría por padres y madres bienintencionadas y globalmente por la sociedad. En palabras de Terry Real en la charla que mantuvimos, este proceso de desconexión de los chicos de su yo “femenino”, o, más adecuadamente, “humano”, es tremendamente dañino. “Cada paso es perjudicial”, indica Real, “es traumático. Es traumático que te fuercen a abdicar de la mitad de tu propia humanidad”.

Este dolor se aplana una vez que los hombres canalizamos nuestros sentimientos de necesidad emocional y vulnerabilidad. Mientras que las mujeres naturalizan su dolor, los hombres lo exteriorizamos, hacia nosotros mismos o hacia otros. En palabras de Real, las mujeres “se responsabilizan, se sienten mal, lo saben y luchan por dejar de estarlo. Los hombres solemos externalizar el estrés. Lo exteriorizamos y nos olvidamos de nuestra responsabilidad en ello. Es lo contrario a la autoinculpación, es como sentirse una víctima colérica. La Asociación Nacional de Trastornos Mentales recoge en sus datos que, incluyendo criterios de etnicidad, las mujeres son el doble de propensas a sufrir depresión que los hombres, pero Real está convencido de que los comportamientos exteriorizantes de los hombres sirven para enmascarar depresión, que en la mayoría de casos nunca obtiene ni diagnóstico ni reconocimiento.

 contrarioEjemplos de estos comportamientos destructivos abarcan desde lo socialmente permitido, como la adicción al trabajo, a lo punible, como la adicción a las drogas o la violencia. Los hombres tienen el doble de posibilidades de ser víctimas de trastornos de ira. Según datos del Centro de Control de Epidemias de Atlanta, los hombres ingieren más alcohol estadísticamente que las mujeres, ocasionando “una tasa más alta de hospitalizaciones y muertes relacionadas con la ingesta de alcohol.  (Posiblemente porque hombres bajo la influencia del alcohol tienen más posibilidades de entablar otras conductas de riesgo, como el exceso de velocidad al vehículo o circular sin cinturón de seguridad)”. Los chicos tienen más probabilidad de consumir drogas antes de los doce que las chicas, lo que da lugar a una tasa más alta de consumo de drogas en hombres que en mujeres en edades más avanzadas. Los hombres en Estados Unidos son más susceptibles de asesinar (90’5% de todos los asesinatos) y de ser asesinados (76’8% de las víctimas), algo que también se extiende a ellos mismos: los hombres disponen de su propia vida cuatro veces más que las mujeres, y copan el 80% de los suicidios.” (Es interesante que por el contrario, las estimaciones de intentos de suicidio entre mujeres sean tres o cuatro veces superiores a la de los hombres.) Y según Prisiones, el 93% de la población reclusa son hombres.

Los efectos dañinos de este sesgo emocional que ya hemos detallado también interfieren en la brecha de género de la esperanza de vida. Según Terry Real:

“La voluntad masculina para minimizar la debilidad y el dolor es tal que ha pasado a ser un factor de disminución de esperanza de vida. Los diez años de diferencia entre la esperanza de mujeres y hombres poco tiene que ver con la genética. Los hombres morimos antes porque nos descuidamos: tardamos más en reconocer que estamos enfermos, tardamos más en pedir ayuda y una vez que nos ha sido asignado un tratamiento, somos menos consecuentes con él que las mujeres”.

La masculinidad es difícil de conseguir e imposible de mantener, un hecho que Real incluye y que queda de manifiesto en la frase “frágil ego masculino”. Como la autoestima masculina descansa temblorosamente sobre el frágil suelo de la construcción social, el esfuerzo para mantenerla es agotador. Intentar evitar la humillación que queda una vez esta se ha desvanecido puede llevar a muchos hombres a finales peligrosos. No pretendo absolver a muchos hombres de la responsabilidad de sus actos, solo señalar las fuerzas que subyacen bajo este sistema de conductas que comúnmente atribuimos a criterios individuales, ignorando sus causas de fondo.

James Giligan, exdirector del Centro de Estudios sobre Violencia de la Facultad de Medicina de Harvard ha escrito numerosos tomos al respecto de la violencia masculina y sus fuentes. En una entrevista en 2013 para MenAlive, un blog de salud masculina, Giligan habló de sus conclusiones: “aún no he descubierto una sola muestra de violencia que no haya sido provocada por una experiencia de humillación, falta de respeto y ridiculización y que no representara un intento para prevenir o deshacer esa “caída de máscara”, independientemente de lo severo de su castigo, incluyendo la muerte”.

Muy a menudo, hombres que sufren continúan haciéndolo en soledad porque creen firmemente que mostrar su dolor personal es equivalente a haber fracasado como hombres. “Como sociedad, respetamos más a los heridos silentes, explica Terry Real, a aquellos que ocultan sus dificultades, que a aquellos que dejan fluir su estado”. Y, como con otras cosas, el coste, tanto humano como en dinero real, de no reconocer esta tortura masculina es mayor que el de atender estas heridas, o evitar provocarlas desde un principio. Es de vital importancia que nos tomemos en serio lo que le hacemos a los pequeños asignados hombre al nacer, cómo lo hacemos y el altísimo coste emocional provocado por la masculinidad, que convierte a pequeños emocionalmente completos en adultos debilitados sentimentalmente.

Cuando la masculinidad se define mediante su ausencia, cuando se asienta en el concepto falaz y absurdo de que la única manera de ser un hombre es no reconocer una parte esencial de ti mismo, las consecuencias son despiadadas y parten el alma. La disociación y desarraigo consecuentes dejan al hombre más vulnerable, susceptible y en necesidad de muletas para soportar el dolor creado por nuestras solicitudes de masculinidad. De nuevo en palabras de Terry Real: “para las mujeres, la naturalización del dolor las debilita y dificulta el establecimiento de una comunicación directa. La tendencia de un hombre deprimido a externalizar el dolor puede convertirle en alguien psicológicamente peligroso.”

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Hemos establecido un patrón injusto e inalcanzable, y, tratando de vivir con arreglo al mismo, muchos hombres están siendo asesinados lentamente. Debemos superar nuestros obsoletos conceptos de masculinidad y nuestras consideraciones sobre lo que es ser un hombre. Debemos comenzar a ver a los hombres como realmente no son, sin necesidad de probar que lo son, para ellos o para el resto del mundo.

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Feminismo interseccional frente a feminismo colonial

Original por Julie Hall en The Body is not an ApologyAn Intersectional Feminism against Imperial Feminism.

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Me encontraba hace poco en una clase de formación para mi sector laboral en un país de mayoría musulmana cuando un compañero mío, blanco y estadounidense, empezó a hablar sobre proyectos de desarrollo con perspectiva de género. «Estas mujeres todavía sufren mucha opresión», dijo, «llevemos la iniciativa para que estos proyectos de mujeres den comienzo, empecemos por las autoridades; que fijo que son hombres, y transmitámosles todos estos asuntos».

Como mujer no blanca y partidaria del feminismo interseccional, ese comentario me puso en guardia. Me empezaron a sobrevenir sentimientos muy familiares: frustración que apretaba mis puños y un latigazo de miedo recorriéndome la columna. Sin embargo, y muy a pesar de que quise empezar a chillarle sobre colonialismo, discurso imperativo, parternalismo, sostenibilidad y gestión del poder, tan solo respiré hondo y disparé al punto débil de su enorme y muy polémico comentario, «bueno», dije, intentando que mi voz sonara sólida, «también puede ser que de esas autoridades, haya alguna que no sean todo hombres».

El individuo me sonrió perdonándome la vida. «Los roles de género funcionan de otra manera aquí, guapa», me dijo, «los hombres ocupan cargos de más poder que las mujeres, ¿sabes? ¿No pasa lo mismo en tu cultura?».

Y esto, amigas y amigos, es el feminismo colonial,  también conocido, más acertadamente, por orientalismo de género. Este el feminismo cuyo centro lo conforma el discurso blanco y declara nulas las aportaciones de la mujeres no blancas. Sitúa a Occidente como el paradigma del empoderamiento de género, ignorando ya de paso la misoginia sistemática presente en los países occidentales. Homogeneiza a las culturas no occidentales y promueve la imagen binaria de salvador blanco y de negro asalvajado. Este es el feminismo de la gente blanca (muy especialmente, aunque no exclusivamente, de los hombres) que trata de salvar a las mujeres no blancas. Se apropia de los movimientos de mujeres para curtirlos de paternalismo y de una perspectiva colonial. Es por esto por lo que hace falta la interseccionalidad: para luchar contra aquellas ideologías opresivas que hacen uso y abuso de la idea de justicia para perpetuar la injusticia. No permitamos que la gente siga explotando ideas en favor de la igualdad de género para seguir perpetuando el racismo.

En su pionera obra de 1978, Orientalismo, el autor Edward Said habló sobre la idea preconcebida de occidente aquella que considera la  «diferencia básica entre Occidente y Oriente como punto de partida para elaborar cualquier teoría, epopeya, novela, descripción social y aproximación política concerniente  al mundo oriental, a su gente, costumbres, “ideas”, futuro, etc.» . El orientalismo es la construcción ventajista del Oriente de la que occidente hace uso, es la construcción del Oriente como inferior y, como tal, necesitado de “intervención” y “ayuda humanitaria” occidental.

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El orientalismo de género de este colega era nocivo sin fisuras, pero encubierto en el manto de las buenas intenciones. En ningún momento llegó a pensar que estaba siendo racista o incluso levemente agresivo, para nada, se veía con la mejor de las intenciones. Creía firmemente (y fijo que aún lo hace) en su progresía y empatía, en que sus palabras y acciones estaban siendo una herramienta de lucha contra la opresión, no en favor de su perpetuación.

Tristemente, esta es una de las maneras más traicioneras que tiene la gente privilegiada de contribuir en la perpetuación del colonialismo cultural. «Estas mujeres todavía sufren mucha opresión », fue lo que dijo, no «a las mujeres», no «a las mujeres, en todas partes». Sus palabras alterizan a las mujeres no occidentales y categorizan globalmente el sexismo como un problema no occidental. Estas mujeres de este país extranjero están oprimidas. Tienen que enfrentarse a ello de manera pasiva. Este tipo de comentarios son engañosos y nocivos.

Y no se queda la cosa ahí, además de eso, da por nula la capacidad de decisión de las mujeres no blancas y se las da de héroe, a sí mismo y a los occidentales que trabajan en países en desarrollo. «Nosotros, nosotros, nosotros, nosotros», canta. Tenemos que llevar la iniciativa. Tenemos que acudir a las autoridades. Tenemos que dar comienzo con estos proyectos. Tenemos que hacerles ver. Claro, porque es obvio que ellas no pueden solucionar ninguno de sus problemas sin la ayuda del gran héroe blanco.

La condescendencia que tuvo conmigo fue algo más que una irritación personal, fue la representación explícita del trato que la gente privilegiada tiene hacia la no privilegiada. El poco respeto que mostró hacia mi experiencia personal en el trabajo fue más que evidente además de predecible lo que más me saca de quicio. Un hombre blanco menospreciando de manera arrogante a una mujer no blanca no es noticia.

Sin embargo, esta alterización a la que me vi sometida intersecciona con otros ejes del espectro sistémico. En su marco mental colonial, las civilizaciones no occidentales son salvajes y misóginas, en contraste con el ilustrado y civilizado occidente. Las mujeres no blancas que vivimos en occidente, como yo, somos víctimas de esta yuxtaposición, en su marco ideológico, las mujeres no blancas no formamos parte en ningún caso del mundo occidental.

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Yo vengo del mundo occidental, soy angloparlante y trabajo en un país no occidental y, como tal, no puedo huir del hecho de que contribuyo a esta herencia de colonialismo, al margen de mis otras intersecciones. Es verdad que eso es otro tema sobre el que m podría extender, pero para mí es importante reconocer la relación que tengo con esa gestión del poder. Por otra parte, el privilegio del que disfruto en ese eje interseccional no elimina la opresión que sufro por parte de gente como mi colega. La marginación es condescendiente, tanto a nivel individual como sistémico.

Gracias al orientalismo de género, este tipo metió en su cajón de sastre mi cultura asiática. « ¿Lo pillas? ¿No pasa lo mismo en tu cultura?».

Sí, quise responderle, porque, por lo visto, la misoginia solo es endémica en culturas “exóticas”.

He aquí lo único cierto: ninguna cultura o país está libre de la misoginia en cualquier forma de su espectro. En todas las culturas de las cuales yo me siento parte, que son unas pocas, la discriminación sexual es un problema enorme y profundamente enraizado. Aun así, el orientalismo de género crea un binario mediante el cual las culturas alterizadas son las únicas en las que perdura la lacra de la incivilización, mientras que las culturas que disponen de poder institucional son las únicas que han alcanzado el progreso.

«Los roles de género funcionan de otra manera aquí», dijo. Es cierto que el uso de «otra» hace referencia a una diferencia de carácter horizontal pero es una diferencia donde existe una disparidad de poder. De sus palabras emana la creencia de que el mundo occidental es superior al resto. En palabras de Edward Said, «el Oriente y el Islam tienen una especie de estatus irreal y fenomenológicamente reducido que les mantiene fuera del alcance de cualquiera menos del estudioso occidental. Desde que comenzó la especulación occidental sobre el Oriente, el mismo Oriente perdió la capacidad de representarse a sí mismo.»

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Cuando ya nos pusimos a tratar este punto más en profundidad, me dijeron que si no estaba siendo muy inocente por ignorar la opresión que sufren las mujeres en países islámicos. « ¿Es que no se supone que deberíamos hacer algo?»

Bien, así es como «se supone que deberíamos hacer algo»: escuchemos y sigamos la estela de las personas a las que el problema afecta directamente. El feminismo colonial lo perpetúan aquellos salvadores blancos que creen que se lo saben mejor. Las  mujeres musulmanas no necesitan de ningún hombre que las salve, como tampoco necesitan a ninguna organización como FEMEN, que ningunea la voz de las mujeres musulmanas disfrazándolo de «feminismo». No necesitan de mujeres no musulmanas y no blancas como yo.

Las mujeres no blancas hemos luchado por nosotras desde el principio. También hemos dado siempre la bienvenida a aliados, a verdaderos aliados que nos han escuchado, nos han seguido y no han intentado hacerse el centro de la lucha, no «aliados» que hayan acaparado el discurso, nos hayan impuesto o hayan intentado hacerse  los héroes. La gente de una comunidad siempre va a conocer mejor su comunidad que cualquiera que venga de fuera, independientemente de las buenas intenciones o del idealismo de esos forasteros. Como mujer asiática, denuncio y condeno públicamente el sexismo y la negrofobia de mis comunidades; sin embargo, el hecho de que yo alce la voz en estos asuntos no da derecho a las personas no afectadas a liderar el debate sobre los mismos. De esta manera, como no musulmanes y no nativos del país en el que vivimos, ni mi colega ni yo tenemos derecho a liderar el debate sobre los problemas de los musulmanes. Mi trabajo es, ante todo, auxiliar.

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Y lo que intento auxiliar es que las mujeres no occidentales, las mujeres no blancas alcemos nuestras voces contra el imperialismo, el orientalismo y el racismo disfrazo disfrazado de humanitarismo de buena voluntad. Abronqué a mi colega por su ignorancia y su falta de análisis de estas dinámicas de poder porque estoy harta de que tanta injusticia se enmascare de liberación. En Cultura e Imperalismo, Said escribía que «como ninguna persona está completamente eximida ni es ajena a la dictadura del medio físico, nadie somos completamente libres de la lucha por el medio físico. Esta lucha es compleja y plantea interés porque no va solo de soldados y artillería, sino también de ideas, formas, imágenes e imaginarios». Así como llamamos violencia a cuando un país entra en guerra con otro, el discurso que construye a la mujer no occidental como una damisela en apuros necesitada de un héroe occidental  también es violencia. Si eres alguien con inquietud por la lucha contra la injusticia, no permitas que la violencia del feminismo colonial solape la necesidad de un feminismo intereseccional y un amor radical.

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Queremos feminismo, no igualdad.

Original por Charlotte Rachael Proudman en Left Foot Forward, Why I Want Feminism and Not Equality (and Why They Are Not The Same Thing).

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Feminismo e igualdad son cosas distintas. Y las feministas, al contrario que las igualitaristas, no queremos que los hombres compartan nuestra opresión.

¿Cuántas feministas creen que están luchan en favor de la igualdad? ¿Cuántos hombres prefieren definirse como igualitaristas antes que feministas? Que el feminismo se define por igualdad es algo reconocido universalmente; sin embargo, el término igualdad nunca ha recibido un análisis adecuado.

Soy feminista y no lucho por la igualdad, lucho por la liberación. Aquellas personas que se consideran adalides de la igualdad, se escudan en unos principios feministas bastante tibios como la igualdad salarial, la igualdad de oportunidades sin desigualdad de trato o discriminación positiva, el individuo como único responsable del fracaso y, sobre todo, la adaptación de las mujeres a la actual jerarquía laboral, donde el puesto de trabajo es lo primero. La igualdad toma el statu quo masculino como patrón que las mujeres deben alcanzar.

Para alcanzar la igualdad, las mujeres tienen que dejar claro que son lo suficientemente fuertes como para adaptarse a los estándares masculinos de un mundo de hombres. A las igualitaristas se les hace la boca agua cuando ven a mujeres introducirse en cuerpos institucionalmente discriminadores como la policía o el ejército, con el que tendrán la oportunidad de invadir otros países y cometer crímenes de guerra; o cuando se entrenan en los deportes más duros y exclusivamente masculinos, tanto da lo crueles y peligrosos que sean, como las carreras de caballos o el toreo, donde además tu vida corre peligro.

Una vez que las mujeres hayan entrado en estas categorías tradicionalmente masculinas, a nadie se le ocurrirá preguntar por qué a cualquiera, independientemente de su género, se le pasa por la cabeza colaborar con estas instituciones tan represivas. El quid de la cuestión es que los hombres viven y trabajan en una sociedad despiadada que se sostiene a través de un orden social basado en la humillación ritual, los clubes de caballeros, las peleas, los ritos de paso, el sexismo y la charla insustancial.

Cuando una mujer entra en territorio masculino, ya sea en derecho, política o en una obra, se encuentra un mundo totalmente repulsivo en el cual solo puede sobrevivir afrontando un cambio personal profundo dejándola sin margen de maniobra. Una muestra de esto es cómo se caracteriza a las mujeres profesionales de duras y agresivas en comparación con sus colegas masculinos. Las mujeres asertivas son siempre zorras agresivas.

Es imposible modificar estos ámbitos masculinos, son resistentes a influencia externa porque las mujeres somos una minoría a la que se puede dejar fuera en cualquier momento y los propios hombres han invertido mucho en el sostenimiento de este statu quo.

La Ley de Igualdad de 2010 del Reino Unido, que reemplazaba a la Ley de Discriminación Sexual de 1975 se redactó para dar la falsa impresión de que la sumisión legal de las mujeres había sido superada sobre el papel. Reunió mucho apoyo político porque los propios políticos sabían que no iba a provocar grandes cambios. Existe legislación para la igualdad por toda Europa, sin que la haya en ninguna parte.

La actitud del mundo legal hacia la igualdad queda de manifiesto cuando vemos la cantidad de mujeres fiscales generales del Estado que ha habido en la historia: una por 202 hombres. La Ley es de difícil aplicación debido a las exorbitantes costas legales y a la longitud de los procesos. Del 89% del cuerpo de enfermeras que denunciaron haber sufrido acoso sexual, solamente el 1% iniciaron acciones legales. Son conscientes que ganen o pierdan, se les pondrá el cartel de pendencieras  y se les irá al garete toda esperanza de ascender.

La Ley es un empuje a la igualdad ya que cierra la puerta a la discriminación positiva. Las igualitaristas rechazan al discriminación positiva, creen en que la igualdad de trato traerá igualdad de oportunidades. Sin embargo, he aquí una contradicción, las igualitaristas son partidarias de un 50/50 de hombres y mujeres dentro de las instituciones pero estas mismas leyes imposibilitan la contratación de mujeres en grandes números porque también consideran ilegales las cuotas.

En este debate por la igualdad también surgen otras situaciones de desigualdad. El derecho a la baja por maternidad o al aborto no es un derecho ecuánime, y como tal, las mujeres reclaman discriminación por sus diferencias de género. Una mujer nunca será igual a un hombre porque forzosamente no puede serlo, y las singularidades de género no es algo que tengan en cuenta las igualitaristas.

Enredarse en el debate sobre igualdad o diferencia es algo que agota las energías del movimiento feminista. Los hombres apelan a la igualdad o la diferencia según les convenga, apelan a la igualdad en las bajas de paternidad y a la diferencia cuando defienden cobrar más primas por trofeos deportivos.

El debate entre diferencia e igualdad es fútil, la igualdad resultaría cruel para los hombres si recibieran el mismo trato que reciben las mujeres: estaríamos hablando de una generalización de la ablación de testículos, una tasa interanual de violaciones que se dispara de 9.000 a 69.000, un aumento sin precedentes de la trata de hombres, penes de hombres por todas las secciones de publicidad, veríamos a hombres con el pene al aire en pasarelas de moda y los partidos políticos harían campaña con vehículos rosas y azules para atraer a uno u otro género.

A diferencia de las igualitaristas, las feministas no queremos que los hombres sufran nuestra opresión.

El debate igualitarista perpetúa el patriarcado, mientras que el feminismo busca empoderar a las mujeres en base a ellas mismas, no a otros hombres. Y por eso soy feminista, y no igualitarista ni nada de eso, creo que la igualdad es perjudicial para las mujeres y para muchos hombres, ya que les obliga a perpetuar comportamientos degradantes y despersonalizadores. Nuestra sociedad avanza un peldaño más hacia la crueldad cuando las mujeres firman aceptan las condiciones masculinizantes  de la misma.

Los hombres controlan la balanza de poder y este poder se reparte de manera nociva y se usa para fines aún peores. El cambio solo podrá llegar cuando redefinamos y redistribuyamos este poder, eliminemos estas jerarquías y reevaluemos los estándares que los hombres han predefinido..

*Este artículo se inspiró en dos de las mejores pensadoras feministas de nuestro tiempo, Germaine Greer y Batherine MacKinnon.

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Lenguaje, pensamiento, feminismo, autismo y estado salvaje. Parte 1.

Del original en Katherine Lives in the Real WorldLanguage, thought, feminism, autism, wildness (part1).

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Os incluyo aquí un primer grupo de ideas relacionadas, aun por terminar y simplificadas desde el ámbito mental al verbal, y donde incluyo algunas citas que pueden ayudaros a comprender todas sus implicaciones.

«Lo que no tiene nombre, lo que no se representa en imágenes, lo que se deja fuera de cualquier biografía, lo que se censura en correspondencia, lo que se confunde con otra palabra, lo que es difícil de encontrar, lo que permanece enterrado en la memoria cuando el significado colapsa por un uso inadecuado o mentiroso del lenguaje; todo esto no solo se sobreentiende, sino que se convierte en innombrable»

-Adrienne Rich

Innombrable. Intransferible.

Desde una perspectiva autista y neurodiversa, el lenguaje y cognición verbales, en sí mismos, no garantizan la comunicación, y mucho menos por sí solos. Son, además, exclusivos y alienantes, ya que privan a la comunicación de la elaboración de innumerables ideas y significados personales. La posición de la verbalidad como la única, normativa y mejor o más valiosa forma de expresión y comunicación hace recaer sobre la persona no verbal múltiples presunciones solo por el hecho de serlo. Existe un paralelismo entre esto y la destrucción de la diversidad lingüística durante las grandes colonizaciones de la Edad Moderna; y, de hecho, es bastante probable que esta última aniquilación sea una consecuencia de la primera. Después de todo, las formas primitivas de comunicación eran táctiles, audibles, pictóricas, olfativas y mediante otros símbolos sensoriales, no palabras.

En su origen, los grupos humanos habrían compartido cierto tipo de comunicación sensorial, similar al de algunos animales u otras formas de vida. La evolución hacia el lenguaje oral nos permitió expresar nuestras experiencias sensoriales en forma de símbolos audibles, y a partir de ahí…

En base a quien ostente el poder (es decir, quien tenga la potestad de regular el lenguaje) las formas auditivas de estas palabras se permiten o no, dependiendo de si expresan ideas que encajen en el statu quo o lo contrario. Hemos aquí la diferencia entre lo nombrable y lo innombrable, lo significativo y lo que carece de sentido. La idea o el símbolo se ha extirpado del mundo sensorial y más que como herramienta comunicativa se usa como herramienta para prevenir el cambio y preservar relaciones de poder; para reducir la comunicación a una idea particular y predeterminada.

El lenguaje es un sistema de signos del cual hacemos uso para comunicarnos y formular y expresar pensamientos. Comúnmente, a los signos que encajan en esta definición, se les denomina palabras. El error de confundir la manifestación acústica/escrita del lenguaje (lo que se conoce como discurso) con el lenguaje en sí es lo que nos empuja a la falacia de que el lenguaje, para serlo, ha de ser verbal o no será.

-Olga Bogdashina

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Interseccionalidad

Del original en SJWiki, Intersectionality.

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Debates de carácter interseccional y hallazgos científicos han tenido un distinto nivel de impacto sobre teoría feminista, movimientos sociales, derechos humanos, políticas públicas e investigación sobre el comportamiento electoral en ciencias políticas abarcando sociología, estudios críticos del derecho e historia.
—Ange-Marie Hancock, Profesora Adjunta de Ciencias Políticas y Estudios de Género[1]

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Un acercamiento divertido a la interseccionalidad[2]

La interseccionalidad es el fenómeno por el cual cada individuo sufre opresión u ostenta privilegio en base a su pertenencia a múltiples categorías sociales. El término fue acuñado por Kimberlé Crenshaw en 1989.[3][4][5] 

Resumen[edit]

Las personas, a nivel individual, no encajamos de manera nítida en una única categoría, sino que nuestras vídas transcurren en relación a identidades, privilegios y formas de opresión étnicas, funcionales, sexuales y de género interconectadas que no pueden abordarse de manera individual [6]. La relación entre las múltiples identidades sociales de una persona guarda más importancia que cada una de ellas de manera individual y aislada en términos de justicia social. Por ejemplo, una mujer negra cishetero de clase media alta vivirá como mujer, como persona no blanca, como persona heterosexual, como persona cisgénero y como persona de clase media alta sin obviar que, al mismo tiempo, es víctima de opresión  debido a la interacción[7] de esas identidades. En otras palabras, las identidades sociales no son acumulativas, sino interseccionales. [9]

La interseccionalidad nos muestra lo que se oculta tras la conceptualización de categorías como género y raza de manera aislada. El cambio que ha llevado a interseccionar estas categorías es consecuencia lo difícil que resulta visibilizar a aquellas personas víctimas de opresión en términos de ambas categorías. Aunque todas las personas dentro de este mundo contemporáneo, capitalista y eurocéntrico estamos sometidas a roles de género y etnia, no todas somos víctimas de opresión en términos de esos mismos roles. Feministas no blancas como Kimberlé Crenshaw se han opuesto a la consideración de estas categorías como homogéneas  y en las cuales se normaliza su grupo dominante, o lo que es lo mismo, que cuando hablamos de mujeres, hablamos de mujeres blancas de clase media alta y cuando hablamos de personas negras, hablamos de hombres negros y heterosexuales, etcétera. Queda en evidencia que la lógica de categorización individual distorsiona aquello que existe en la intersección, como la violencia infligida a las mujeres no blancas. Sin embargo, según están construidas las categorías, la misma intersección nos lleva a malinterpretar la realidad de las mujeres no blancas. De esta manera, una vez que la interseccionalidad nos muestra lo que obviamos, tenemos pendiente la tarea de reconceptualizar la lógica de la intersección con el fin de evitar divisibilidad. Solo cuando seamos plenamente conscientes de que las categorías de género y raza se encuentran entrelazadas o incluso fusionadas, podremos discernir con claridad a las mujeres no blancas. [10]:192-3

Existen múltiples categorías en las que nos encontramos cada persona y que dictan las posibilidades que tenemos de ostentar privilegio o de ser víctimas de opresión, como:

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Subcategoría de ejes de privilegio interseccionando y prologándonse hasta su eje de opresión equivalente.

Todas nuestras identidades descansan sobre cada una de estas categorías o, mejor dicho, a lo largo de todo este espectro. La inmensa mayoría de la población no ostenta privilegio universalmente en cada uno de estos ejes de opresión de manera. El privilegio individual cumple, por ende, una determinada función según el punto en el que se encuentre. Por ejemplo, si alguien se encuentra en un determinado número de identidades oprimidas interseccionando, como la transmisoginia o la racimisoginia, donde etnia y género son factores que determinan el odio hacia mujeres negras[11], será víctima de opresión desde diferentes frentes, incluyendo la opresión no acumulativa que emana de las interacciones entre sus identidades. Por el contrario, sí es posible que el privilegio interactivo facilite cierto beneficio no acumulativo. Por ejemplo, si alguien ostenta privilegio en base a varios ejes, existe la posibilidad que determinadas ventajas cancelen o minimicen algunas opresiones si, en su caso, afectan a determinados factores. [12] Es importante tener en cuenta que algunos ejes de opresión, separadamente, pueden guardar algún tipo de relación, como los ejes de lengua, clase, estudios cursados, condición funcional y fisionomía.

Historia del término

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Una manifestante durante los desórdenes de Stonewall sostiene una pancarta en la que se muestra el carácter interseccional de la revuelta de 1969.

«Poder gay, poder negro, poder femenino, poder estudiantil. Todo el poder para el pueblo».

Tanto feministas como teóricas sobre justicia social y activistas en general ya estaban familiarizadas con el concepto de interseccionalidad de categorías sociales desde hace bastante tiempo, pero no fue hasta 1989 que la académica negra y feminista Kimberlé Williams Crenshaw lo acuñó por primera vez. Desde entonces, ha tenido un profundo impacto en el pensamiento y expresión tanto escrita como oral de académicas, críticas sociales y especialmente feministas (que luego formarían la base de lo que se acabaría conociendo por feminismo de tercera ola): [13]

Recuperemos aquel proceso de 1976 que llevó a Crenshaw a comenzar a teorizar sobre la interseccionalidad, el que involucró a un grupo de mujeres negras que se querellaron contra la corporación de General Motors. El contencioso era el siguiente: la General Motors había estado contratando a mujeres blancas para ocupar cargos administrativos, mientras que los hombres negros contratados iban dirigidos hacia el sector industrial, dejando fuera de todo lugar a las mujeres negras. Un grupo de mujeres negras se querelló contra la General Motors tomando como base la cláusula VII de la ley de Derechos Civiles de 1964, alegando que estaban siendo discriminadas por razones de género o etnia. ¿Parece algo evidente, verdad? Pues, increíblemente, perdieron el caso. El Tribunal de Distrito (tribuna de primera instancia) falló que, como la General Motors ya contrataba a mujeres (blancas), la compañía no discriminaba por razones de género, y como la misma compañía ya contrataba a negros (hombre), tampoco lo hacía por razones de etnia. ¿Vaya hachazo, eh? De los mejores del siglo, sin duda. La cosa fue así: el tribunal se negó a bajarse de la burra y considerar al grupo mujeres y personas negras como algo diverso y diferentes perspectivas, no como algo uniformes. [14]

El concepto interseccionalidad creció en su mayor parte de la mano de las experiencias de aquellas personas pertenecientes a movimientos sociales que se percataron de que ciertas formas de opresión a las que se veían sometidas no estaban diferenciadas dentro de los propios movimientos en los que militaban. De hecho, las defensoras de interseccionalismo social han tenido mucho protagonismo dentro de los movimientos en favor de los derechos de las personas LGBT, derechos de las mujeres y derechos sociales en general, etc. Sin embargo, en muchas ocasiones, como en la revuelta de Stonewall, han sido silenciadas y la opresión a la que se ven sometidas y  sus contribuciones ignoradas, las cuales al mismo tiempo han sufrido un proceso de lavado racial y de género por parte de los medios de comunicación. [15][16][17][18][19]

Transcendencia

Muchos movimientos progresistas tienen lagunas conceptuales que demuestran la necesidad de un acercamiento crítico e interseccional. Entre ellos se encuentran:

  • Movimientos feministas que consideran el ámbito mujer de manera indiferenciada, cometiendo el error de obviar las experiencias de aquellas mujeres que no comparten las identidades cis, heterosexuales, capacitistas y de clase (media) de muchas de las líderes feministas.
  • Movimientos antirracistas que no tienen en cuenta que el racismo afecta de manera diferente a los cuerpos leídos como hombre y a los leídos como mujer o que las minorías étnicas son víctimas de una opresión similar debido al privilegio blanco.
  • Movimientos radicales de izquierda que asumen que La Revolución destruirá sistemáticamente el sexismo y el racismo una vez que la clase obrera se haya liberado sin que haga falta abordar de manera específica esos problemas.
  • Investigaciones de carácter académico en general, que, ajenas a un acercamiento interseccional, no han tenido en cuenta a aquellas personas que no encajan en su arquetipo de grupo social de referencia.

Por ejemplo, cuando la revista en línea RH Reality Check, un soporte orientado a la salud sexual y reproductiva de manera crítica, salió a la luz en 2006, se vio rápidamente sometida a duras críticas provenientes de periodistas de determinadas minorías. Alegaban que no solo no había una sola mujer no blanca en el equipo de la revista, sino que los artículos enfocaban los problemas desde una perspectiva mayormente blanca y de clase media. Durante los siguientes ocho años, comenzaron a introducir activamente a periodistas pertenecientes a minorías, como mujeres negras o transgénero, no sin dejar de incluir a varios redactores hombres. Muy a pesar de este ímpetu por tener en cuenta experiencias ajenas y establecer un cambio verdaderamente real, la página aún recibe presiones para mejorar en este campo e incluir diferentes perspectivas.

Ver más

  • Niveles de análisis

Enlaces externos

Intersectionalityen RationalWiki, origen de este artículo.

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Discurso de Emma Watson en la Organización de Naciones Unidas

Traducción íntegra de Mariana Munárriz Merodio (Al Menari) del discurso de Emma Watson en la sede de Naciones Unidas de Nueva York el 21 de septiembre de 2014. Cargada por Demonio Blanco.

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Hoy lanzamos una campaña llamada «ÉlporElla». Me dirijo a vosotros porque necesito vuestra ayuda. Queremos acabar con la desigualdad de género… y para ello necesitamos que todo el mundo esté involucrado. Es la primera vez que la ONU lanza una campaña de este tipo: queremos intentar movilizar a cuantos hombres y chicos sea posible, para que sean abogados de la igualdad de género. Y no queremos únicamente hablar de ella, sino asegurarnos de que es tangible.

Fui nombrada Embajadora de buena voluntad de ONU Mujeres hace seis meses, y cuanto más hablaba de feminismo más me daba cuenta de que la lucha por los derechos de las mujeres se ha convertido demasiado a menudo en sinónimo de odio hacia los hombres. Si hay algo que sé con certeza es que eso tiene que acabar.


Que conste que el feminismo, por definición, es la creencia de que hombres y mujeres deberían tener los mismos derechos y las mismas oportunidades. Es la teoría de la igualdad política, económica y social de los géneros.


Empecé a replantearme las premisas basadas en el género cuando, con ocho años, no entendía que a  mí me llamaran «mandona» por querer dirigir las obras que preparábamos para los padres, pero no a los chicos. Con 14, algunos medios empezaron a sexualizarme. Con 15, mis amigas empezaron a abandonar sus equipos de deporte porque no querían parecer «musculosas». Con 18, mis amigos no eran capaces de expresar sus sentimientos.

Decidí que era feminista y para mí fue sencillo. Pero mis recientes indagaciones me han demostrado que la palabra feminismo se ha desprestigiado. Las mujeres han decidido no identificarse como feministas. Parece que me encuentro entre las filas de aquellas mujeres cuyas opiniones son vistas como demasiado fuertes, demasiado agresivas, separatistas, anti hombres, o incluso sin atractivo.

¿Por qué esta palabra resulta tan incómoda? Yo crecí en Reino Unido y creo que es justo que, como mujer, cobre lo mismo que mis colegas masculinos. Creo que es justo que pueda tomar decisiones sobre mi propio cuerpo. Creo que es justo que haya mujeres que me representen en política y en la toma de decisiones de mi país. Creo que es justo que se me ofrezca el mismo respeto que a los hombres.

Sin embargo, me entristece decir que no hay un solo país en el mundo en el que a todas las mujeres se les reconozcan esos derechos. Todavía no hay país en el mundo que pueda decir que ha conseguido la igualdad de género. Yo considero que estos derechos son derechos humanos, pero soy una de las afortunadas.

Mi vida es puro privilegio porque mis padres no me quisieron menos porque naciera niña. Mi escuela no me limitó porque fuera chica. Mis mentores no asumieron que no llegaría tan lejos como otros porque pudiera dar a luz un día. Estos apoyos fueron los embajadores de la igualdad que me hicieron quien hoy soy. Puede que no lo sepan, pero son los feministas involuntarios quienes hoy están cambiando el mundo. Necesitamos más como ellos.

Y si aún odiáis la palabra… no es la palabra lo que importa, sino la idea y la ambición que hay tras ella. Porque no a todas las mujeres se les reconocen los mismos derechos que a mí. De hecho, estadísticamente, a muy pocas.

En 1997, Hilary Clinton dio en Pekín un memorable discurso sobre los derechos de las mujeres. Por desgracia, muchas de las cosas que quería cambiar siguen siendo hoy una realidad. Lo que más me llamó la atención, sin embargo, fue que solo el 30 por ciento de la audiencia eran hombres. ¿Cómo vamos a conseguir cambiar el mundo si solo la mitad es o se siente invitada al debate?

Hombres: me gustaría aprovechar esta oportunidad para invitaros de forma oficial. La igualdad de género también es vuestro problema. Porque, a día de hoy, he visto cómo la sociedad valoraba menos el papel que mi padre ha desempeñado como tal, aunque de niña le necesitara a él tanto como a mi madre. He visto cómo jóvenes que sufrían enfermedades mentales eran incapaces de pedir ayuda por miedo a parecer menos hombres. De hecho, en el Reino Unido el suicidio es la primera causa de muerte en hombres de 20 a 49 años, por encima de los accidentes, el cáncer o las enfermedades coronarias. He visto a hombres que se sentían frágiles e inseguros debido a una imagen distorsionada de lo que constituye el éxito para un hombre. Los hombres tampoco poseen los derechos de la igualdad.

No solemos hablar de cómo afectan los estereotipos de género a los hombres, pero yo veo que es así y que, cuando ellos sean libres, las cosas cambiarán para las mujeres como una consecuencia natural. Si los hombres no tienen que ser agresivos para ser aceptados, las mujeres no sentirán que tienen que ser sumisas. Si los hombres no tienen que controlar, no tendrán que controlar a las mujeres.

Tanto hombres como mujeres deberían ser libres para sentirse vulnerables. Tanto hombres como mujeres deberían ser libres para sentirse fuertes. Es hora de que todos empecemos a percibir el género como un espectro y no como dos frentes de ideales opuestos. 
Si dejamos de definirnos el uno al otro por lo que no somos y empezamos a definirnos a nosotros mismos por lo que somos, solo podemos ser más libres, y esto es lo que busca ÉlporElla. La libertad.

Quiero que los hombres se unan a esta lucha. Para que sus hijas, hermanas y madres puedan existir libres de prejuicios, pero también para que a sus hijos se les permita ser vulnerables y humanos; para que puedan reclamar esas partes de ellos mismos que han abandonado y, al hacerlo, se conviertan en una versión más cierta y más completa de sí mismos.

Puede que estén pensando «¿Quién es esta chica de Harry Potter y qué hace hablando desde la ONU? » Es una buena pregunta y, créanme, yo también me lo he estado preguntando.

No sé si estoy cualificada para estar aquí. Todo lo que sé es que este problema me preocupa y quiero remediarlo. Y habiendo visto lo que he visto (y si tengo la posibilidad), creo que tengo el deber de decir algo.

El estadista inglés Edmund Burke dijo: «Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada».

Al sentirme nerviosa por este discurso y en los momentos de duda, me digo a mí misma: si no yo, ¿quién?; si no ahora, ¿cuándo? Espero que estas palabras os sean de ayuda si os surgen dudas similares cuando se os presenta una oportunidad. Porque la realidad es que si no hacemos nada, las mujeres no podrán pensar en ganar lo mismo que los hombres por el mismo trabajo hasta dentro de 75 años, es decir, cuando yo ronde los cien. En los próximos 16 años se casarán 15 millones y medio de chicas que aún son niñas. Al ritmo actual, no podremos ofrecer una educación secundaria a la población femenina rural de África antes de 2086.

Si creéis en la igualdad, puede que seáis uno de esos feministas involuntarios de los que hablaba, y os aplaudo por ello. Estamos luchando por encontrar una palabra que nos una, pero las buenas noticias es que ya tenemos un movimiento que lo haga. Se llama ÉlporElla. Os invito a dar el paso, a haceros ver, a hablar, a ser él por ella. Y a preguntaros: si no yo, ¿quién?; si no ahora, ¿cuándo?

Muchas, muchas gracias.

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Las feministas no somos humanistas y no nos vamos a cambiar el nombre.

Del original de Sherrie Silman en Feminspire, Feminists Are NOT Humanists – And We Should Not Be Renamed

Traducido íntegramente por Daphne Blacksmith <3, corregido y subido por Demonio Blanco.

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Hay una pregunta que muchas feministas están hartas de escuchar:

Si el Feminismo defiende la igualdad de derechos para todo el mundo, ¿por qué no se llama igualitarismo o humanismo?

He aquí la respuesta corta:

El Feminismo no se llama Humanismo ni Igualitarismo porque Feminismo, Humanismo, e igualitarismo son tres teorías distintas.

El Feminismo no se llama Humanismo ni Igualitarismo porque tanto en el  Igualitarismo como en el  Humanismo bulle un concepto preexistente; el que defiende que «las mujeres pueden o incluso deben ser reconocidas como personas» sin tener en cuenta la lucha por la equidad de género y contra la homofobia, el racismo u otras discriminaciones que la Declaración de Derechos Humanos pretende erradicar.

El Feminismo se niega a eliminar el fem- de su nombre porque eliminar el femenino de la palabra sería discriminatorio y  contraproducente.

El Feminismo debe su nombre precisamente debido al sentimiento de odio hacia lo femenino que impregna todo el planeta.

Y aquí la explicación:

El Feminismo es un movimiento social que aboga por el reconocimiento ecuánome de los derechos humanos para todo el mundo y la protección que esto conlleva para todos los géneros.  No sólo de derechos y protecciones sobre el papel o en teoría, también en la práctica.

El Feminismo opera sobre el principio de que el género no conforma una base sólida sobre la que aplicar discriminación, sometimiento, marginación, opresión, esclavitud, y/o genocidio. El primer principio unificador del movimiento fue el concepto de que el sexo no debe dictar la personalidad de un individuo dentro de un marco legal ni  tener la potestad de facilitar o usurpar los derechos humanos básicos del mismo. Se llama Feminismo porque el género despersonalizado y sometido a otras formas de opresión fue (y sigue siendo) el femenino, de ahí el fem- en el Feminismo.

El Feminismo se gestó en lugares donde las personas de sexo/género femenino se encontraban sometidas a discriminación, marginación, opresión, esclavitud, genocidio y otros tipos de violencia. Históricamente, en la mayoría de las partes del mundo, las personas de sexo/género femenino han sufrido desconsideración con respecto a los hombres, han estado sujetas a los hombres en concepto de propiedad y se las ha leído como elementos infrahumanos. Este sexismo persiste en la mayor parte del mundo actual (y que nadie te diga que las cosas no están tan mal, a esas personas, lo que realmente les ocurre es que no sufren el sexismo, la marginación o la subyugación de manera directa y, de esta manera, les resbala solidarizarse con aquellas personas que sí las sufren).

Así que sí, el Feminismo aboga por que las personas de sexo/género femenino gocen de los mismos derechos que las personas leídas como no mujer/femenino.  El Feminismo defiende la igualdad de derechos para todas las personas independientemente de su género, porque el género no conforma una base sólida sobre la que aplicar discriminación. Defender que el género no conforma una base sólida sobre la que aplicar discriminación implica sostener que el sexo, la orientación sexual, la edad, el origen, la situación socioeconómica, la alfabetización, la capacidad, etc. tampoco conforman bases sólidas sobre las que aplicar discriminación. La mayoría de nosotras nunca estaremos en desacuerdo: los derechos humanos son para todas. Sin embargo, violaciones de los Derechos Humanos fundamentales, como la esclavización y la opresión de manera explícita, ocurren todos los días en todas partes del planeta. ¿Cómo cambiar esto? A través de la acción. Poniendo en marcha un movimiento. Preparándose para la batalla.

El Feminismo es un movimiento que aboga por la igualdad de género.

¿Hubo algo antes que el Feminismo que promoviera y exigiera igualdad de derechos para todas las personas independientemente de su sexo? Pues no, no lo hubo. No ha habido ningún movimiento semejante y que se recuerde antes del Feminismo. Hubo movimientos antes de que naciera el Feminismo, hubo movimientos que contribuyeron al fomentar un clima social que permitiera que el Feminismo se gestara, pero ninguno de ellos tenía el enfoque del Feminismo. El Feminismo es el movimiento que se opone a utilizar el género como base para la discriminación.

Aquellas «reivindicaciones feministas» que no comparten el objetivo de lograr la igualdad en términos de derechos humanos y  protección de todos los géneros (y por extensión, de todas las personas y clases sociales que sufren abuso de poder) no son verdaderas reivindicaciones feministas.

El humanismo es una rama de la filosofía (y la ética) que aboga por la igualdad, la tolerancia y la laicidad (lo que se conoce comúnmente como «la separación de iglesia y estado»). El humanismo reconoce que los seres humanos no «necesitan» de la religión para desarrollar sistemas morales o establecer un comportamiento moral. En otras palabras, el humanismo es la teoría que defiende que los seres humanos son capaces de utilizar la lógica para determinar lo que es ético (el bien y el mal) y no necesitan de los dictados del monstruo espagueti o de cualquier otra deidad para alcanzar el conocimiento moral. Los humanistas abogan por la educación, la tolerancia, la política representativa (en contraposición a la monarquía) y la libertad de pensamiento (en contraposición al dogma religioso). El humanismo no es un movimiento sociopolítico que se encuentre activo en la actualidad.

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El igualitarismo es una forma de filosofía política que defiende que  todos los seres humanos son iguales en esencia y por lo tanto tienen el mismo derecho a iguales recursos como los alimentos, la vivienda, el respeto, el estatus social). El igualitarismo, con todos sus méritos, se encuentra limitado en la práctica. La igualdad se conceptualizó originalmente como un medio para dar a todas las mismas cosas y garantizarles los mismos medios, por así decirlo, y los conceptos y teorías de la igualdad se transformaron y crecieron a partir de ese punto de partida. No obstante, puedes facilitar a todo el mundo los mismos elementos y perpetuar la desigualdad y/o la inequidad. Por ejemplo, puedes enunciar que todo el mundo tiene derecho a dos manzanas y, de esta manera, entregar dos manzanas a cada persona, sin así explicar la desigualdad de recursos que previamente existían antes de la entrega de las manzanas. En otras palabras, algunas personas podían tener ya dos manzanas, otras podían no tener ninguna, algunas personas podían ser alérgicas a las manzanas, y otras de más allá tenían más necesidad de una manta que de una manzana. El igualitarismo, aun siendo un concepto ético fundamental, no tiene generalmente en cuenta las desigualdades a través de una perspectiva interseccional. El igualitarismo no es un movimiento sociopolítico que se encuentre activo en la actualidad.

Humanismo e Igualitarismo son movimientos intelectuales importantes cuyas filosofías forman parte del Feminismo así como de la Declaración Internacional de los Derechos Humanos. Sin embargo, el Feminismo es el único movimiento que aboga activamente por la igualdad de género. El Feminismo lleva ese nombre porque comenzó como un movimiento sociopolítico con el objetivo de  lograr la igualdad de género para las mujeres y, por lo tanto, a través de su propia lógica y discurso, es un movimiento sociopolítico cuyo objetivo es lograr la igualdad para todas las personas independientemente de su sexo o cualquier otra característica demográfica. Por extensión lógica, el Feminismo apoya la Teoría de la Equidad.

La Teoría de la Equidad reconoce la existencia de esferas de  dinámicas de poder diversas e interseccionales que crean lugares de dominación/subordinación basados en juicios de valor asignados a diversos conceptos o realidades (p.e.: raza, género, etc.). A diferencia del Igualitarismo, la Teoría de la Equidad  debate sobre cómo crear igualdad sin tratar a todas las personas como si fueran exactamente iguales. Las personas no son exactamente iguales, diferentes agentes sociales en diferentes ubicaciones sociales se enfrentan a diferentes retos en su situación social. Entregar a cada uno una manzana no crea igualdad si alguien es incapaz de sostener físicamente la manzana. Las barreras físicas, sociales y discursivas crean desigualdades de acceso y requieren enfoques individualizados que hay que superar. La Teoría de la Equidad es un enfoque interseccional que engloba la ética, los Derechos Humanos y el pensamiento sociopolítico.

Simplifiquémoslo: el igualitarismo pretende dar a cada persona las mismas dos barras de pan a pesar de que algunas personas son alérgicas al pan. El humanismo también sostiene que deberíamos dar esas barras a todo el mundo, no porque el monstruo espagueti nos haya dicho que lo hagamos, sino porque es lógicamente ético hacerlo. La Teoría de la Equidad reconoce que lo que algunas personas necesitan para alcanzar la igualdad son dos tipos diferentes de pan o un pan y una manzana o ningún pan y dos naranjas, porque todo el mundo es diferente. El Feminismo nos recuerda que ningún género tiene derecho a más hogazas de pan o a las rebanadas más frescas y que ciertas situaciones sociales (género, orientación sexual, identidad étnica) han sido silenciadas y empequeñecidas con frecuencia de manera injusta y a menudo violentamente. El Feminismo defiende  que, a pesar de los buenos pensamientos y las buenas intenciones iniciales del Igualitarismo y el Humanismo, esas situaciones sociales en situación de discriminación se están muriendo de hambre solo con las migajas que dejan aquellas personas que piensan que sólo ciertos tipos de personas tienen derecho y un más fácil acceso al pan. Lo que hace el Feminismo es mostrarles a esos Igualitaristas y a esos Humanistas que actualmente reposan sobre las cabezas de personas en situación de marginalidad que esas mismas personas que se encuentran bajo sus pies existen, y que si pudieran cambiarse levemente de sitio, dejarían de aplastarles.

Así que la próxima vez que alguien te diga que solo participaría en el Feminismo si cambase su nombre por el de algún otro movimiento que no combate activamente la opresión y la desigualdad, adelante, felicíta a ese imbécil por lo enorme de sus prejuicios. Si quieres optar por algo con un poco más de clase, tal vez puedas enviarles este artículo.

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Los hombres pueden ser feministas, pero se lo tienen que currar.

Del original de Katie McDonough en Salon, Men can be feminists but it’s actually really hard work

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El feminismo es para todas porque el sexismo nos afecta a todas; sin embargo, muchos hombres se sienten cómodos en el statu quo.

La ley de los titulares de Betterbridge defiende que «cualquier titular en forma de pregunta puede ser respondido con un «no»». Sin embargo, este artículo del New York Times puede ser una honrosa excepción: « ¿Es posible ser hombre y feminista?», nos pregunta el autor Jack Flanagin, que se define como tal. La respuesta a esa pregunta es «sí», o más que eso, «venga ya, claro que sí, ¿estás de broma?».

Sin duda, es excelente que un periodista haga semejante pregunta, aunque falle al centrarse en individuos como Hugo Schwyzer —quien dispone de varias plataformas a través de las cuales escribir sobre los hombres y el feminismo mientras dedica su tiempo libre a atacar las vidas personales, académicas y profesionales de feministas negras y no blancas—. Jamil Smith subió un twitt  en el que anunciaba que puestos a mantener una conversación sobre hombres y feminismo, ¿por qué no hablar con hombres feministas? Lo que Smith pretende, creo, es abrir el debate sobre por qué nos hacemos tantas cábalas sobre si los hombres pueden ser feministas y tan pocas una vez se nos contesta afirmativamente a esa pregunta. ¿No nos pica ni un poquito la curiosidad?

El punto más persuasivo del artículo del Times se encuentra en el último párrafo, donde el autor Noah Berlatsky debate sobre el trabajo que exige ser un hombre feminista. «Es cierto que, en ocasiones, los hombres feministas, yo incluido, nos imaginamos como bravos aliados que altruistamente salvamos a las mujeres luchando en su nombre», atina Berlatsky, «pero las fantasías de hombres que salvan a las mujeres cual caballeros de cuento no son más que diferentes caras de la misoginia, y, en este caso en particular, terriblemente retrógadas. La misoginia nos enjaula a todas. Cuando me declaro hombre feminista, no lo hago porque creo que podré con ello salvar mujeres, sino porque considero importante que los hombres nos demos cuenta de que no seremos libres hasta que las mujeres también lo sean».

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Berlatsky llega a una conclusión importante en relación a la naturaleza de la justicia: es un proyecto con múltiples ramas, todas entrelazadas. En contraposición al trillado cliché de «madres, esposas e hijas» que suele centrar el debate sobre por qué los hombres deberían preocuparse por los derechos de las mujeres, Berlatsky defiende que los hombres deberían ser feministas particularmente porque las vidas de las mujeres de cualquier edad con las que nunca han tenido contacto y con las que nunca lo tendrán también son importantes. Y más en concreto, en una cultura que disuade a los hombres de construir y expresar su empatía, el propio hecho de que les importe algo más que una mierda alguien a quien no conoces, constituye en sí mismo un acto de subversión. Sin embargo, la idea de Berlatsky de que «la misoginia nos enjaula» también nos muestra otro argumento por el cual considero que los hombres pueden y deberían identificarse como feministas: los hombres han de enfurecerse por la violencia infligida contra las mujeres y por el sistema que las despersonaliza, pero circunscribir la relación de los hombres con el feminismo exclusivamente a la relación de los mismos con el estatus de las mujeres en el mundo solapa el hecho de que a los hombres también les afecta el patriarcado, las masculinidades tóxicas y el sexismo institucional y cultural sistémico.

Sin embargo, siempre van a existir grados y escalones; nunca me atreveré a decir lo contrario. Las normas culturales que nos encarcelan a las mujeres en el papel exclusivo de madres y cuidadoras significan también para nosotras un salario inferior al de nuestros compañeros hombres y que nuestras ambiciones personales y profesionales queden a expensas de los cuidados que tendremos que aplicar a nuestras u a otras personas. No obstante, estas normas también impiden que los hombres se cuestionen su masculinidad o que duden de su capacidad de quedarnos en casa a cuidar de nuestras hijas. Ambas cosas son gradualmente diferentes, pero ambas importan.

Lo mismo podemos decir del discurso hegemónico sobre agresiones sexuales. Las mujeres, de cualquier edad, copan las estadísticas de víctimas de agresiones sexuales, pero una cultura que taxativamente afirma que no hay víctimas de violación entre varones jóvenes adolescentes imposibilita que estas víctimas denuncien su situación. El núcleo de la cultura de la violación contiene conceptos destructivos sobre los derechos sexuales de los que gozan los hombres y es el responsable de que a las mujeres se las adjudique el papel de víctima durante toda su vida. Por otro lado, también alimenta la idea de que los hombres son seres sedientos de sexo, lo que provoca que aquellos que han sido víctimas de violación duden sobre si lo que les ha ocurrido constituye un delito o no. De hecho, para que esto se tipificara como delito, tuvo que pasar mucho, mucho tiempo. Estas mismas normas también favorecen que los hombres tengan distorsionado el concepto de deseo y satisfacción sexual. Aunque las más afectadas por la violencia que esto causa son las mujeres, los hombres también sufren su influencia.

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Hay miles de cosas que tenemos que preguntarnos en relación a cómo los hombres pueden ser feministas sin ostentar el núcleo del movimiento; tienen que ver sobre aprender a escuchar y a apoyar en vez de censurar y sabotear. Tiene que ver sobre cómo los hombres se llevan todos los elogios y alabanzas por hacer cosas básicas, cosas que se da por sentado que deberían hacer, como no agredir mujeres. También tiene que ver sobre cómo muchos hombres no se identifican como feministas porque están estrechamente implicados en el sostenimiento de un sistema —el patriarcado y el supremacismo blanco— que les beneficia. Y la idea de Berlatsky en lo que respecta a la delgada línea que separa el complejo salvador masculino y los hombres como fuerza social legítima capaz de efectuar un cambio social en positivo no tiene desperdicio. Podemos seguir dándole vueltas y vueltas a esto siempre y cuando reconozcamos que los hombres que se identifican como feministas no son meros animadores del movimiento feminista —más bien, lo que hacen es luchar contra los sistemas que les enseñan que escuchar es de maricas, que no deberían mostrarse emocionalmente, que los hombres heteros no pueden tener amistades íntimas con otros tipos, o que mira qué graciosas son las violaciones en la cárcel.

Que el feminismo tiene implicaciones para todo el mundo es algo que se ha expresado continuamente durante toda la historia del movimiento, y lo volví a recordar este fin de semana al leer una entrevista a la actriz Mackenzie Davis, quien dijo que no es capaz de entender cómo la palabra «feminismo» provoca tanto pavor en determinadas personas.

«El feminismo tiene como base las luchas raciales y de género, ambas conectadas interseccionalmente, por eso me confunde que algunas personas digan que es algo que no pueden apoyar», enunció en Times. «Creo que es una gran palabra».

Una opinión que comparten muchos hombres.

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Nota del traductor: no estoy muy de acuerdo en la manera en la que el artículo mezcla peligrosamente las opresiones patriarcales que sufren las mujeres y las que sufrimos los hombres. Como bien dice, no son equiparables. Pero acercarlas tanto puede dar lugar a que se equiparen o incluso a que se justifiquen.