Feminismo interseccional frente a feminismo colonial

Original por Julie Hall en The Body is not an ApologyAn Intersectional Feminism against Imperial Feminism.

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Me encontraba hace poco en una clase de formación para mi sector laboral en un país de mayoría musulmana cuando un compañero mío, blanco y estadounidense, empezó a hablar sobre proyectos de desarrollo con perspectiva de género. «Estas mujeres todavía sufren mucha opresión», dijo, «llevemos la iniciativa para que estos proyectos de mujeres den comienzo, empecemos por las autoridades; que fijo que son hombres, y transmitámosles todos estos asuntos».

Como mujer no blanca y partidaria del feminismo interseccional, ese comentario me puso en guardia. Me empezaron a sobrevenir sentimientos muy familiares: frustración que apretaba mis puños y un latigazo de miedo recorriéndome la columna. Sin embargo, y muy a pesar de que quise empezar a chillarle sobre colonialismo, discurso imperativo, parternalismo, sostenibilidad y gestión del poder, tan solo respiré hondo y disparé al punto débil de su enorme y muy polémico comentario, «bueno», dije, intentando que mi voz sonara sólida, «también puede ser que de esas autoridades, haya alguna que no sean todo hombres».

El individuo me sonrió perdonándome la vida. «Los roles de género funcionan de otra manera aquí, guapa», me dijo, «los hombres ocupan cargos de más poder que las mujeres, ¿sabes? ¿No pasa lo mismo en tu cultura?».

Y esto, amigas y amigos, es el feminismo colonial,  también conocido, más acertadamente, por orientalismo de género. Este el feminismo cuyo centro lo conforma el discurso blanco y declara nulas las aportaciones de la mujeres no blancas. Sitúa a Occidente como el paradigma del empoderamiento de género, ignorando ya de paso la misoginia sistemática presente en los países occidentales. Homogeneiza a las culturas no occidentales y promueve la imagen binaria de salvador blanco y de negro asalvajado. Este es el feminismo de la gente blanca (muy especialmente, aunque no exclusivamente, de los hombres) que trata de salvar a las mujeres no blancas. Se apropia de los movimientos de mujeres para curtirlos de paternalismo y de una perspectiva colonial. Es por esto por lo que hace falta la interseccionalidad: para luchar contra aquellas ideologías opresivas que hacen uso y abuso de la idea de justicia para perpetuar la injusticia. No permitamos que la gente siga explotando ideas en favor de la igualdad de género para seguir perpetuando el racismo.

En su pionera obra de 1978, Orientalismo, el autor Edward Said habló sobre la idea preconcebida de occidente aquella que considera la  «diferencia básica entre Occidente y Oriente como punto de partida para elaborar cualquier teoría, epopeya, novela, descripción social y aproximación política concerniente  al mundo oriental, a su gente, costumbres, “ideas”, futuro, etc.» . El orientalismo es la construcción ventajista del Oriente de la que occidente hace uso, es la construcción del Oriente como inferior y, como tal, necesitado de “intervención” y “ayuda humanitaria” occidental.

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El orientalismo de género de este colega era nocivo sin fisuras, pero encubierto en el manto de las buenas intenciones. En ningún momento llegó a pensar que estaba siendo racista o incluso levemente agresivo, para nada, se veía con la mejor de las intenciones. Creía firmemente (y fijo que aún lo hace) en su progresía y empatía, en que sus palabras y acciones estaban siendo una herramienta de lucha contra la opresión, no en favor de su perpetuación.

Tristemente, esta es una de las maneras más traicioneras que tiene la gente privilegiada de contribuir en la perpetuación del colonialismo cultural. «Estas mujeres todavía sufren mucha opresión », fue lo que dijo, no «a las mujeres», no «a las mujeres, en todas partes». Sus palabras alterizan a las mujeres no occidentales y categorizan globalmente el sexismo como un problema no occidental. Estas mujeres de este país extranjero están oprimidas. Tienen que enfrentarse a ello de manera pasiva. Este tipo de comentarios son engañosos y nocivos.

Y no se queda la cosa ahí, además de eso, da por nula la capacidad de decisión de las mujeres no blancas y se las da de héroe, a sí mismo y a los occidentales que trabajan en países en desarrollo. «Nosotros, nosotros, nosotros, nosotros», canta. Tenemos que llevar la iniciativa. Tenemos que acudir a las autoridades. Tenemos que dar comienzo con estos proyectos. Tenemos que hacerles ver. Claro, porque es obvio que ellas no pueden solucionar ninguno de sus problemas sin la ayuda del gran héroe blanco.

La condescendencia que tuvo conmigo fue algo más que una irritación personal, fue la representación explícita del trato que la gente privilegiada tiene hacia la no privilegiada. El poco respeto que mostró hacia mi experiencia personal en el trabajo fue más que evidente además de predecible lo que más me saca de quicio. Un hombre blanco menospreciando de manera arrogante a una mujer no blanca no es noticia.

Sin embargo, esta alterización a la que me vi sometida intersecciona con otros ejes del espectro sistémico. En su marco mental colonial, las civilizaciones no occidentales son salvajes y misóginas, en contraste con el ilustrado y civilizado occidente. Las mujeres no blancas que vivimos en occidente, como yo, somos víctimas de esta yuxtaposición, en su marco ideológico, las mujeres no blancas no formamos parte en ningún caso del mundo occidental.

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Yo vengo del mundo occidental, soy angloparlante y trabajo en un país no occidental y, como tal, no puedo huir del hecho de que contribuyo a esta herencia de colonialismo, al margen de mis otras intersecciones. Es verdad que eso es otro tema sobre el que m podría extender, pero para mí es importante reconocer la relación que tengo con esa gestión del poder. Por otra parte, el privilegio del que disfruto en ese eje interseccional no elimina la opresión que sufro por parte de gente como mi colega. La marginación es condescendiente, tanto a nivel individual como sistémico.

Gracias al orientalismo de género, este tipo metió en su cajón de sastre mi cultura asiática. « ¿Lo pillas? ¿No pasa lo mismo en tu cultura?».

Sí, quise responderle, porque, por lo visto, la misoginia solo es endémica en culturas “exóticas”.

He aquí lo único cierto: ninguna cultura o país está libre de la misoginia en cualquier forma de su espectro. En todas las culturas de las cuales yo me siento parte, que son unas pocas, la discriminación sexual es un problema enorme y profundamente enraizado. Aun así, el orientalismo de género crea un binario mediante el cual las culturas alterizadas son las únicas en las que perdura la lacra de la incivilización, mientras que las culturas que disponen de poder institucional son las únicas que han alcanzado el progreso.

«Los roles de género funcionan de otra manera aquí», dijo. Es cierto que el uso de «otra» hace referencia a una diferencia de carácter horizontal pero es una diferencia donde existe una disparidad de poder. De sus palabras emana la creencia de que el mundo occidental es superior al resto. En palabras de Edward Said, «el Oriente y el Islam tienen una especie de estatus irreal y fenomenológicamente reducido que les mantiene fuera del alcance de cualquiera menos del estudioso occidental. Desde que comenzó la especulación occidental sobre el Oriente, el mismo Oriente perdió la capacidad de representarse a sí mismo.»

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Cuando ya nos pusimos a tratar este punto más en profundidad, me dijeron que si no estaba siendo muy inocente por ignorar la opresión que sufren las mujeres en países islámicos. « ¿Es que no se supone que deberíamos hacer algo?»

Bien, así es como «se supone que deberíamos hacer algo»: escuchemos y sigamos la estela de las personas a las que el problema afecta directamente. El feminismo colonial lo perpetúan aquellos salvadores blancos que creen que se lo saben mejor. Las  mujeres musulmanas no necesitan de ningún hombre que las salve, como tampoco necesitan a ninguna organización como FEMEN, que ningunea la voz de las mujeres musulmanas disfrazándolo de «feminismo». No necesitan de mujeres no musulmanas y no blancas como yo.

Las mujeres no blancas hemos luchado por nosotras desde el principio. También hemos dado siempre la bienvenida a aliados, a verdaderos aliados que nos han escuchado, nos han seguido y no han intentado hacerse el centro de la lucha, no «aliados» que hayan acaparado el discurso, nos hayan impuesto o hayan intentado hacerse  los héroes. La gente de una comunidad siempre va a conocer mejor su comunidad que cualquiera que venga de fuera, independientemente de las buenas intenciones o del idealismo de esos forasteros. Como mujer asiática, denuncio y condeno públicamente el sexismo y la negrofobia de mis comunidades; sin embargo, el hecho de que yo alce la voz en estos asuntos no da derecho a las personas no afectadas a liderar el debate sobre los mismos. De esta manera, como no musulmanes y no nativos del país en el que vivimos, ni mi colega ni yo tenemos derecho a liderar el debate sobre los problemas de los musulmanes. Mi trabajo es, ante todo, auxiliar.

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Y lo que intento auxiliar es que las mujeres no occidentales, las mujeres no blancas alcemos nuestras voces contra el imperialismo, el orientalismo y el racismo disfrazo disfrazado de humanitarismo de buena voluntad. Abronqué a mi colega por su ignorancia y su falta de análisis de estas dinámicas de poder porque estoy harta de que tanta injusticia se enmascare de liberación. En Cultura e Imperalismo, Said escribía que «como ninguna persona está completamente eximida ni es ajena a la dictadura del medio físico, nadie somos completamente libres de la lucha por el medio físico. Esta lucha es compleja y plantea interés porque no va solo de soldados y artillería, sino también de ideas, formas, imágenes e imaginarios». Así como llamamos violencia a cuando un país entra en guerra con otro, el discurso que construye a la mujer no occidental como una damisela en apuros necesitada de un héroe occidental  también es violencia. Si eres alguien con inquietud por la lucha contra la injusticia, no permitas que la violencia del feminismo colonial solape la necesidad de un feminismo intereseccional y un amor radical.

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